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Olga Castro compartió la foto de News.va Español.
PAPA FRANCISCO: ¡DEBEMOS REVALORIZAR EL MATRIMONIO Y LA FAMILIA!
Queridos amigos, les ofrecemos el texto completo de la catequesis de
hoy del Papa Francisco, titulada "La familia: varón y mujer":
«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En la catequesis anterior sobre la familia, me detuve sobre el primer
relato de la creación del ser humano, en el primer capítulo del Génesis,
en donde está escrito: “Y Dios creó al hombre a su imagen; lo creó a
imagen de Dios, los creó varón y mujer” (1,27).
Hoy quisiera
completar la reflexión con el segundo relato, que encontramos en el
segundo capítulo. Aquí leemos que el Señor, después de haber creado el
cielo y la tierra, “modeló al hombre con arcilla del suelo y sopló en su
nariz un aliento de vida. Así el hombre se convirtió en un ser
viviente” (2,7).
Es el culmen de la creación. Pero falta algo.
Luego Dios pone al hombre en un bellísimo jardín, “para que lo cultivara
y lo cuidara” (cfr. 2, 15).
El Espíritu Santo, que ha inspirado
toda la Biblia, sugiere por un momento la imagen del hombre solo - le
falta algo - sin mujer. Y sugiere el pensamiento de Dios, casi el
sentimiento de Dios que lo mira, que observa a Adán solo en el jardín:
es libre, es señor, pero está solo.
Y Dios ve que esto “no está
bien”: es como una falta de comunión, le falta una comunión, una falta
de plenitud. “No está bien” - dice Dios - y agrega: “Voy a hacerle una
ayuda adecuada” (2,18).
Entonces Dios presenta al hombre todos
los animales; el hombre da a cada uno de ellos su nombre – y ésta es
otra imagen de la señoría del hombre sobre la creación – pero no
encuentra en ningún animal alguien similar a él mismo. El hombre
continúa solo.
Cuando finalmente Dios presenta a la mujer, el
hombre reconoce exultante que aquella creatura, y sólo aquella, es parte
de él: “¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!” (2,
23).
Finalmente hay un reflejo, una reciprocidad. Cuando una
persona – es un ejemplo para entender bien esto - quiere dar la mano a
otra, debe tener otro adelante: si uno da la mano y no hay nadie, la
mano está allí, le falta la reciprocidad. Así era el hombre, le faltaba
algo para llegar a su plenitud, le faltaba reciprocidad.
La
mujer no es una “replica” del hombre; viene directamente del gesto
creador de Dios. La imagen de la “costilla” no expresa de ninguna
manera inferioridad o subordinación sino, al contrario, que hombre y
mujer son de la misma sustancia y son complementarios. También tienen
esta reciprocidad.
Y el hecho de que - siempre en la parábola -
Dios plasme la mujer mientras el hombre duerme, subraya precisamente
que ella no es de ninguna manera creatura del hombre, sino de Dios. Y
también sugiere otra cosa: para encontrar a la mujer y, podemos decir,
para encontrar el amor en la mujer, pero para encontrar la mujer, el
hombre primero debe soñarla, y luego la encuentra.
La confianza
de Dios en el hombre y en la mujer, a los cuales confía la tierra, es
generosa, directa y plena. Pero es aquí que el maligno introduce en su
mente la sospecha, la incredulidad, la desconfianza. Y finalmente, llega
la desobediencia al mandamiento que los protegía. Caen en aquel delirio
de omnipotencia que contamina todo y destruye la armonía. También
nosotros lo sentimos dentro de nosotros, tantas veces, todos.
El
pecado genera desconfianza y división entre el hombre y la mujer. Su
relación será acechada por mil formas de prevaricación y de
sometimiento, de seducción engañosa y de prepotencia humillante, hasta
aquellas más dramáticas y violentas.
La historia trae consigo
las huellas. Pensemos, por ejemplo, en los excesos negativos de las
culturas patriarcales. Pensemos en las múltiples formas de machismo
donde la mujer era considerada de segunda clase. Pensemos en la
instrumentalización y mercantilización del cuerpo femenino en la actual
cultura mediática.
Pero pensemos también en la reciente epidemia
de desconfianza, de escepticismo e incluso de hostilidad que se difunde
en nuestra cultura – en particular a partir de una comprensible
desconfianza de las mujeres – con respecto a una alianza entre hombre y
mujer que sea capaz, al mismo tiempo, de afinar la intimidad de la
comunión y de custodiar la dignidad de la diferencia.
Si no
encontramos un sobresalto de simpatía por esta alianza, capaz de poner a
las nuevas generaciones al amparo de la desconfianza y de la
indiferencia, los hijos vendrán al mundo siempre más desarraigados de
ella, desde el seno materno.
La devaluación social de la alianza
estable y generativa del hombre y de la mujer es ciertamente una
pérdida para todos. ¡Debemos revalorizar el matrimonio y la familia!
Y la Biblia dice una cosa bella: el hombre encuentra la mujer, ellos se
encuentran, y el hombre debe dejar algo para encontrarla plenamente. Y
por esto, el hombre dejará a su padre y a su madre para ir con ella. ¡Es
bello! Esto significa comenzar un camino. El hombre es todo para la
mujer y la mujer es toda para el hombre.
Por lo tanto, la
custodia de esta alianza del hombre y de la mujer, aun pecadores y
heridos, confundidos y humillados, desalentados e inciertos, para
nosotros creyentes es una vocación ardua y apasionante, en la condición
actual.
El mismo relato de la creación y del pecado, en su
final, nos entrega un ícono bellísimo: “El Señor Dios hizo al hombre y a
su mujer unas túnicas de pieles y los vistió” (Gen 3, 21).
Es
una imagen de ternura hacia aquella pareja pecadora que nos deja a boca
abierta: la ternura de Dios por el hombre y por la mujer. Es una imagen
de custodia paterna de la pareja humana. Dios mismo cuida y protege su
obra maestra».
(Traducción del italiano: María Cecilia Mutual - Radio Vaticano)
Queridos amigos, les ofrecemos el texto completo de la catequesis de
hoy del Papa Francisco, titulada "La familia: varón y mujer":
«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En la catequesis anterior sobre la familia, me detuve sobre el primer
relato de la creación del ser humano, en el primer capítulo del Génesis,
en donde está escrito: “Y Dios creó al hombre a su imagen; lo creó a
imagen de Dios, los creó varón y mujer” (1,27).
Hoy quisiera
completar la reflexión con el segundo relato, que encontramos en el
segundo capítulo. Aquí leemos que el Señor, después de haber creado el
cielo y la tierra, “modeló al hombre con arcilla del suelo y sopló en su
nariz un aliento de vida. Así el hombre se convirtió en un ser
viviente” (2,7).
Es el culmen de la creación. Pero falta algo.
Luego Dios pone al hombre en un bellísimo jardín, “para que lo cultivara
y lo cuidara” (cfr. 2, 15).
El Espíritu Santo, que ha inspirado
toda la Biblia, sugiere por un momento la imagen del hombre solo - le
falta algo - sin mujer. Y sugiere el pensamiento de Dios, casi el
sentimiento de Dios que lo mira, que observa a Adán solo en el jardín:
es libre, es señor, pero está solo.
Y Dios ve que esto “no está
bien”: es como una falta de comunión, le falta una comunión, una falta
de plenitud. “No está bien” - dice Dios - y agrega: “Voy a hacerle una
ayuda adecuada” (2,18).
Entonces Dios presenta al hombre todos
los animales; el hombre da a cada uno de ellos su nombre – y ésta es
otra imagen de la señoría del hombre sobre la creación – pero no
encuentra en ningún animal alguien similar a él mismo. El hombre
continúa solo.
Cuando finalmente Dios presenta a la mujer, el
hombre reconoce exultante que aquella creatura, y sólo aquella, es parte
de él: “¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!” (2,
23).
Finalmente hay un reflejo, una reciprocidad. Cuando una
persona – es un ejemplo para entender bien esto - quiere dar la mano a
otra, debe tener otro adelante: si uno da la mano y no hay nadie, la
mano está allí, le falta la reciprocidad. Así era el hombre, le faltaba
algo para llegar a su plenitud, le faltaba reciprocidad.
La
mujer no es una “replica” del hombre; viene directamente del gesto
creador de Dios. La imagen de la “costilla” no expresa de ninguna
manera inferioridad o subordinación sino, al contrario, que hombre y
mujer son de la misma sustancia y son complementarios. También tienen
esta reciprocidad.
Y el hecho de que - siempre en la parábola -
Dios plasme la mujer mientras el hombre duerme, subraya precisamente
que ella no es de ninguna manera creatura del hombre, sino de Dios. Y
también sugiere otra cosa: para encontrar a la mujer y, podemos decir,
para encontrar el amor en la mujer, pero para encontrar la mujer, el
hombre primero debe soñarla, y luego la encuentra.
La confianza
de Dios en el hombre y en la mujer, a los cuales confía la tierra, es
generosa, directa y plena. Pero es aquí que el maligno introduce en su
mente la sospecha, la incredulidad, la desconfianza. Y finalmente, llega
la desobediencia al mandamiento que los protegía. Caen en aquel delirio
de omnipotencia que contamina todo y destruye la armonía. También
nosotros lo sentimos dentro de nosotros, tantas veces, todos.
El
pecado genera desconfianza y división entre el hombre y la mujer. Su
relación será acechada por mil formas de prevaricación y de
sometimiento, de seducción engañosa y de prepotencia humillante, hasta
aquellas más dramáticas y violentas.
La historia trae consigo
las huellas. Pensemos, por ejemplo, en los excesos negativos de las
culturas patriarcales. Pensemos en las múltiples formas de machismo
donde la mujer era considerada de segunda clase. Pensemos en la
instrumentalización y mercantilización del cuerpo femenino en la actual
cultura mediática.
Pero pensemos también en la reciente epidemia
de desconfianza, de escepticismo e incluso de hostilidad que se difunde
en nuestra cultura – en particular a partir de una comprensible
desconfianza de las mujeres – con respecto a una alianza entre hombre y
mujer que sea capaz, al mismo tiempo, de afinar la intimidad de la
comunión y de custodiar la dignidad de la diferencia.
Si no
encontramos un sobresalto de simpatía por esta alianza, capaz de poner a
las nuevas generaciones al amparo de la desconfianza y de la
indiferencia, los hijos vendrán al mundo siempre más desarraigados de
ella, desde el seno materno.
La devaluación social de la alianza
estable y generativa del hombre y de la mujer es ciertamente una
pérdida para todos. ¡Debemos revalorizar el matrimonio y la familia!
Y la Biblia dice una cosa bella: el hombre encuentra la mujer, ellos se
encuentran, y el hombre debe dejar algo para encontrarla plenamente. Y
por esto, el hombre dejará a su padre y a su madre para ir con ella. ¡Es
bello! Esto significa comenzar un camino. El hombre es todo para la
mujer y la mujer es toda para el hombre.
Por lo tanto, la
custodia de esta alianza del hombre y de la mujer, aun pecadores y
heridos, confundidos y humillados, desalentados e inciertos, para
nosotros creyentes es una vocación ardua y apasionante, en la condición
actual.
El mismo relato de la creación y del pecado, en su
final, nos entrega un ícono bellísimo: “El Señor Dios hizo al hombre y a
su mujer unas túnicas de pieles y los vistió” (Gen 3, 21).
Es
una imagen de ternura hacia aquella pareja pecadora que nos deja a boca
abierta: la ternura de Dios por el hombre y por la mujer. Es una imagen
de custodia paterna de la pareja humana. Dios mismo cuida y protege su
obra maestra».
(Traducción del italiano: María Cecilia Mutual - Radio Vaticano)
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