Leo que ha muerto el poeta mejicano José Emilio Pacheco, Premio
Cervantes 2009 pero más conocido en este país porque se le caían los
pantalones en la entrega de dicho premio, por unos tirantes mal
ajustados. Cuentan que la causa de su muerte fue un golpe en la cabeza
que se propinó al tropezar con los libros apilados en su estudio. A los
que acumulamos tales inutilidades, enseguida nos sobreviene el
pensamiento de que así terminaremos nosotros. Sea como sea, me acuerdo
que hace unos años de nada le dediqué una reseña a su libro Los trabajos del mar y aquí la recupero.


Pachecoi, José Emilio


Nadie ignora que en los tiempos que nos contemplan todo lo que trascienda algún ribete de ternura, sentimentalismo o humanidad,
en el sentido más ramplón de la palabra, resulta anómalo, exhala un
tufillo de moralina voluntarista, está –en dos palabras- mal reputado.
Lo que ni me parece bien ni me parece mal. Lo de ir con el corazón en la
mano siempre da un poco de risa, y a mí el primero. Como también me
produce alguna hilaridad –entreverada, a veces, de estupefacción, es
cierto- la eclosión de mediterraneísmo, mitología de manual (¡ah, la
otra, que pocos servidores congrega!) y sensualismo de pacotilla que
encontramos en las trochas que desanda actualmente nuestra poesía más
jaleada.



Por eso, este libro de José Emilio Pacheco, que apareció ya hacePacheco, José Emilio_Los trabajos del mar
algunos meses y en el que fluyen con no exiguo caudal las pulsiones del
alma que arriba se citaron, ha sido, probablemente, poco considerado.



En la espléndida tradición de la poesía mejicana –no va por
ti, Aridjis- Pacheco (1939) ocupa desde hace varios años un sitial
indiscutible. Y disculpe por las palabras delicuescentes pero, a veces,
encasquetarse el birrete de dómine y proferir trivialidades ejerce su
efecto. Lo que bien debe saber este poeta que, a menudo, se trasviste
–no sé si malgré lui- de moralista y resulta un algo espeso. Son las
menos. No es esta, desde luego, una poesía que deslumbre por su fulgor,
no es Pacheco un bardo adscrito a la llamada “poética del silencio”,
que, sutilmente, prorrumpa y cale. Sus poemas no explotan con fuerza en
las fauces ni abrasan con un contenido fuego la entraña de quien los
aborda.



Pacheco, que, por voluntad, formación y contexto, asume el
culturalismo y el rasgueo cernudiano frecuente en la última poesía
mejicana, se mueve entre la aguda precisión guilleniana y y el solidario
patetismo de Vallejo. De los abismos de este último le salva su
literaturización, que no su distanciamiento. El mejicano juega con
heterónimos, se apoya en textos de otros colegas, juguetea y se entrega
al pastiche, fiel a su convicción: la inexistencia de originalidad
poética. Leal  a la ya vieja propuesta del protagonismo que en el poema
asume cada lector. Un imprescindible polvoreo irónico completa la tarta.



Tal vez cercano a Borges y Barth en la desconfianza sobre las
posibilidades combinatorias del lenguaje, el escritor siembra
literatura, tautologiza el referente. De ahí su defensa del anonimato,
su renuncia a participar en la irrisoria feria de vanidades que se le
ofrece al escritor exitoso. Actitud que se vincula a su desprecio a
cualquier forma institucional. Su pertinaz acoso al Poder recuerda al
mejor Hinostroza: “No hay nadie que del Poder salga ileso”. O,
apoyándose en Saint-Just: “El arte de gobernar no ha producido sino
monstruos” Este énfasis aforístico se redime por la deliberada
precariedad de este no-aspirante a salvador. El poeta comparte con
Hobbes el criterio de que la vida es breve, brutal y sombría. Y, aun
así, o por eso, no hay ningún mal que pueda serle/sernos ajeno.



Publicado, con el título de “Por la unánime filantropia”,  en El Día,  9-XII-1984.


Pacheco, José Emilio


Hace
un año que, para celebrar la festividad de San Sebastian, patrón del
pueblo, inserté aquí la primera entrega (A-LL) de una serie de fichas
redactadas por mi padre, José Barreiro Soria  
(V.https://javierbarreiro.wordpress.com/2012/03/02/las-novelas-de-mi-padre/), en la década de los ochenta, con los motes de personajes que recordaba, bastantes de ellos todavía vivos. Iban dirigidas a su familia y servían, además, para fijar su propia memoria y constituir una documentación de datos efímeros, en trance de perderse:


https://javierbarreiro.wordpress.com/2013/01/20/una-relacion-de-apodos-en-la-almunia-de-dona-godina-i/


Como apunté entonces, tienen un
estilo coloquial y desenfadado aunque no desdeñen la precisión. La buena
acogida de esa primera serie, por parte de muchos almunienses, me lleva ahora a publicar la segunda. Espero que la disfruten y nadie se sienta ofendido.



Las fotografías proceden de Retratos de la Memoria I y II, libros editados por Santiago Cabello en 1997 y 2002.


La Almunia_Pta de Calatayud3


MAHOMA


Rafael Martínez, el del Fuerte. Tenían un chalet junto al
Fuerte, con baldosas verdes, de lo más lujoso de La Almunia, allá por el
año 1.932.



Proceden de Morata de Jalón.


Mahoma es el hijo, que, actualmente, cuenta unos 60 años. En
la guerra fue capitán. Es abogado. Se casó y su padre le conquistó la
mujer.



A Mahoma, actualmente, lo veo por ahí. Va todo derrotado, mal
vestido, con una cartera vieja y una boina grande. Creo, trabaja con
una gestoría.



Siendo muy chico recuerdo que se bañaba con nosotros en el
pocico de La Olmera y decían que tenía un miembro descomunal –miembro
noble- que para poco le sirvió, pues repito que su padre le pisó la
mujer.



¡Pobre Mahoma!


El apodo, de nuestra época, acaso le venga de su facha: alto, delgado, con nariz aguileña, un adefesio.


MANANA


Chato Manana. Vivía en una huerta encima de la acequia Nueva,
frente al huerto Las Delicias. Encima del restaurante de Peluquilla, El
Español.



Creo se llamaba Antonio. Tenía una era en la que íbamos a jugar al futbol.


Se marchó a Barcelona antes de la guerra y no sé más de él.


MATAMOROS


Siendo yo chico creo que vivían en mi misma calle de Garay. Se marcharon a Calatayud, pero creo que volvieron a La Almunia.


Creo que eran tratantes de caballerías. El hijo, que
posteriormente volvió a La Almunia, se dedicaba a la compra venta de
frutas.



Ignoro la raíz del apodo.


MICHELÍN


Michelin Conford, segundo Dios. Se le decía esto porque
aparecía por todas partes. Era hermano de Blas. Murió en la guerra,
recién incorporado al frente. Era un buenazo, pero algo alocado, sin
duda no era normal del todo.



Ignoro el porqué del apodo.


MINAS


José Mina (Sánchez) del tiempo de mis padres, que murió hace poco.


Varios hijos, José, Fernando, Conchita… Carniceros y ganaderos. Familia acomodada.


José Mina, el padre, de muy pequeños, nos regaló un cordero y
le arrancó la cola “para conocerlo”. Cada año nos mandaba lana y un
cordero, de los que paría…



Ignoro la raíz del apodo.


La Almunia_Calle Ortubia001


MODREGOS


Es apellido bastante extendido por La Almunia. Martín Choto,
“Canario”, es Modrego. Su padre era el recadero de Zaragoza. Otros
tenían una Fonda al final de la calle de Ricla. Otro –Ojo Rayo– vive en
Zaragoza.



MOLONDROS


Vivían en le callejón de la Plazuela de los Melones.


Familia algo larga. El más famoso “La Juanita”, marica
perdido que se fue a Barcelona y, creo, operaba entre las capas
aristocráticas. No sé la vida que llevará. En La Almunia se inició, pero
tenía poco éxito y tuvo que salir escopeteando.



Juana la Molondra…


No se de donde les viene el apodo.


MONICA ALPARTIR


“Monica Alpartir, cabecica de ajo”, la insultábamos. Era una
mujer vieja, de muy mal genio, que se pasaba las horas en misa y, cuando
la puerta estaba cerrada, se sentaba en la entrada y se espiojaba.



Era diminuta, como una monica.


Vivía con otra hermana y, cuando murió ésta ,se decía que
tenía guardadas catorce mil pesetas. La Monica Alpartir aprovechó esta
herencia para comerse un par de huevos fritos. A resultas de esta comida
se reventó. Tal fue el empacho que cogió. Vivían muy pobremente.



Supongo que procedían de Alpartir.


También se hablaba de que, cuando murió La Monica, saltaban los piojos de la caja a nubes.


MORO


Los moros. Recuerdo a uno de los hijos, un par de años menor que yo. Vivían en la calle de Boclín o el Vajillero.


Moreno si que era. No se si les vendría el apodo por el color de la piel.


NARANJERA


La tía Naranjera. Vivía en la Calle López Urraca, cerca de
las Sindas. Tenía una tienda de frutas y recibía cargamentos de naranjas
de Valencia.



Cuando venía algún cargamento, íbamos y, por diez céntimos, nos daba un pozal de naranjas tocadas.


Desapareció cuando la guerra. Creo no era de La Almunia.


OJO RAYO


Modrego de apellido, de la familia de los Modregos. Tiene tres o cuatro años más que yo.


El apodo le viene de un accidente que tuvo con la bicicleta
(yo lo presencié) y se le quedó una cicatriz en la cara con el ojo un
poco torcido hacia abajo.



Iba por la carretera que estaba con grava, recién asfaltada,
se le cayó la chaqueta que llevaba sobre el manillar y se le metió en
los radios. Cayó y se arrastró por la grava. Sobre la Virgen de la
Oliva. Yo lo presencié.



PACUASO


Eran dos hermanas viejísimas que vivían en un huertecillo
(donde ahora está un taller de reparación de coches, encima de la
acequia Nueva). El Huerto Pacuaso.



Siendo muy chico (cuando estaban asfaltando la carretera,
pues la he conocido de tierra) -sería el año 28- recuerdo haber ido una
vez con mi padre por la noche. Había unos veladores y vendían cerveza.
 A este huerto también le llamaban Las Delicias, acaso porque le
pusieron este nombre al bar de las Pacuaso. Desapareció todo esto
bastante antes de la guerra.



El apodo, acaso ellas se llamasen Pacuaso.


PAJEROS


Familia larga. Cuando se casó la Candelas, fui a la boda
(tendría unos cuatro años), en la plaza de los Toros. No era boda, sino
“enhorabuena”. Daban un chocolate con unas cosas blancas (no recuerdo
como se llaman). Fue esta Candelas sirvienta, creo que de mi tío Pedro.



Es familia muy disgregada. Un Pajero anda por el mercado
central, como mayorista de frutas, siempre con su cuartelero en la boca,
jugando a la baraja en los bares de las cercanías. Está muy bien
conservado. Es bastante mayor.



Otro pajero es el que tiene el Bar Avenida.


El apodo supongo que será porque traficarían paja.


PANARROS


No los recuerdo personalmente.


Una hija casó por Venezuela y todos los años suele ir por La
Almunia para Todos los Santos. A su padre le hizo una sepultura
original.



Creo que a este padre lo mató la guardia civil hace muchos
años, cuando venía de robar unas coles, sacó un cuchillo y le
dispararon, Creo era pastor. Sería familia muy modesta. Esto debió ser
allá por el año 20.



Ignoro la raíz del apodo.


PASCUALITA


Recuerdo una Pascualita que tocaba el clarinete en la banda de música.


Tuvieron unos mellizos que murieron a los días y, creo,
–decían– los metieron en una caja de zapatos por lo pequeñísimos que
eran. Tendría yo unos ocho años.



Era pequeñete y vivía en la calle de López Urraca. Tal vez tuvieran tienda de vinos.


Ignoro la raíz del apodo.


PATIÑAS


Recuerdo a una que vivía por el Arrabal.


PELÓN


O Pelones. No de ellos tocaba la trompeta cuando los Flechas.
Varios hermanos, todos músicos. Uno de ellos vive en la Calle de
Canañas, cerca de casa de Curro.



Ignoro la raíz del apodo.


PELUDOS


Manuel Martínez, el Peludo. Era algo cojo. Tenía fábrica de alcoholes. Curro trabajó con él.


Un hijo, Manolo, se casó y vive en Grañén (Huesca), administrando unas fincas, creo que de su mujer.


Familia de estos Peludos era Antonio Martínez, “Florián Rey”
director de cine. Otro hermano, Rafael creo fue un pianista también algo
famoso.



Ignoro la raíz del apodo.


PELUQUILLAS


Familia larga. Uno de los hijos es el que tiene el café mesón Español, al salir de La Almunia.


PERSIANAS


Un practicante que llegó a La Almunia sobre el año 45. Ya murió.


Tenía las pestañas largas y caídas. De aquí le viene el apodo.


La Almunia_Balcón con mazorkas004


PLATÓN


José Platón. Era el tonto del pueblo, pero no tanto. No sé a
qué se dedicaba, sólo recuerdo que salía todos los días al auto de los
Federos y recogía las barras de hielo que utilizaban en los bares.



Más que tonto, era tímido. Andaba con la cabeza ladeada y arrastrando un dedico por la pared.


Tenía veintitantos años, era medio calvo. Un hermano suyo trabajaba en el Juzgado.


El apodo le vendría precisamente de que era un elemento raro, con bastante cultura, que no sé dónde la habría adquirido.


POLLOS


La tía Polla. Vivían en la calle de los Lanceros o los pobres.


Recuerdo una hija “la Polla” y un hijo “el Pollo”. Luego, creo que pusieron carnecería. Vivían en la calle de López Urraca.


Ignoro la raíz del apodo.


POMBO


Era marido de una maestra. Tenían un hijo, Ismael, que venía a  la escuela.


El Pombo no hacía nada. Guisaba o algo así, como buen marido de maestra.


Se decía que, cuando mataron a Calvo Sotelo, comieron pollo… No sé qué fue de esta familia.


Del apodo, tampoco conozco su razón.


PONCIANOS


Varios hermanos. A la madre la fusilaron durante la guerra.


Vivían en la calle del Hospital o del Rosario. Uno de ellos, Ángel, venía a la Escuela con nosotros.


Marcharon a Zaragoza por la guerra. Aún veo por ahí a dos de ellos.


Ignoro la raíz del apodo.


PORRIO


Recuerdo del tío Porrio, un hombre de campo que  llegó a ser alcalde en tiempo de la República y apenas sabía firmar.


No sé más de él. Ignoro la raíz del apodo.


PRECAUCIONES


Un oficial de Telégrafos destinado a La Almunia sobre el año 45.


Al llegar, se hospedó en la fonda Martínez, propiedad de Blas
y su hermano Mariano. Éste le comentó que tuviera cuidado porque en el
pueblo ponían a todos apodo. El recién llegado contestó  que tomaría sus
precauciones. Cuando subía a la habitación, Mariano se dirigió a la
parroquia del bar, en la planta baja de la fonda: “A éste: el tío
Precauciones”.



RANICA


No lo conozco pero creo es, o era, muy pequeño.


Como anécdota, una cuadrilla de bebedores iba a casa de
alguien y al Ranica lo tumbaban en una mesa. Se hacía el muerto y todos
lloraban a su alrededor y bebían. El Ranica se incorporaba de vez en
cuando y trago que te pego; se tumbaba, de nuevo y todos a llorar. (Debo
la versión a Curro, como otras muchas).



Ignoro raíz apodo.


REGADERA


Los Regadera. Familia que vivía en la huerta de “los
Regadera” situada encima de las casas-chalets, donde Ismael tiene la
bodega, junto a la acequia Nueva.



Actualmente, tienen el bar que hace esquina con la calle de Garay y la de los Pilones, o la placeta de los Melones.


Ignoro la raíz del apodo.


REINA


La tía Reina. Era curandera. Vivían en la calle del Hospital, la primera casa a la izquierda.


Con la madre, estuve para ver si le curaba una verruga de la mano. Le recetó tomate.


Tenían algún hijo. No recuerdo mucho más.


Ignoro la raíz del apodo.


 RELECHES


Los Releches. Uno era de mi edad, poco más o menos. Mala
leche si que tenía de chico, y una cicatriz en la cara. Vivían por la
calle del Rosario.



Ignoro la raíz del apodo.


RIJOLAS


El más viejo que recuerdo era el encargado de las luces en el pueblo.


Hijos de éste fueron Agustín (que murió en la guerra), otro
que jugaba al fútbol, Evaristo, José, Margarita… Muy conocidos en La
Almunia.



Ignoro la raíz del apodo.


ROMALDICAS


Pilar, la Romaldicas. También, Picotona. Vivía en la calle
Garay. Hijas: Pilar la Fuchi y otra, Miguela, que casó con un sargento
que vino por La Almunia en la guerra y. creo, se llamaba Bragas.



Cuando masaba, cada semana, nos traía a casa masa y se hacían tortas a la sartén.


SALOMONES


Vivían en la calle Frailla. Tenían una galera –carro con cuatro ruedas–  y hacían algo de transporte.


Padre, dos hijos, una hija.


Ignoro la raíz del apodo.


SANJUANICOS


Sólo recuerdo a una Sanjuanica, gorda, que está casada con
Rafael, el del horno, donde llevamos los asados para comer en la huerta.



La Almunia-Casas de la carretera


SECOS


Vivían en la calle de Frailla. Recuerdo dos hermanos. Uno de ellos, Antonio, está casado con la hermana de Curro.


Ignoro la raíz del apodo.


SIN PENSAR


Vivían, padre e hijo, en una chabola por el camino de Calatorao.


Grandes borrachos. Al padre no lo recuerdo mucho. Al hijo lo
mató un coche hace unos seis años, cuando subía, como de costumbre,
bebido, a su casa.



Se cuentan grandes chistes de ellos. Uno, que teniendo un
invitado mandó el padre al hijo a por vino y, como tardaba en volver,
fue el padre y se lo encontró borracho. Entonces el padre se emborrachó
también y, hasta que no bajó al pueblo el invitado y los vio, no supo de
ellos.



El apodo les venía de que al hacer su casa o chabola se
olvidaron de hacer la puerta. Y decían… “Trabajamos sin pensar, sin
pensar y…  nos olvidamos de hacer la puerta”. De aquí les viene el
apodo.



SISI


La tía Sisi. Una vieja que vendía en una cesta golosinas de
chicos. Nos sentábamos cerca de ella y decíamos: “¿Iremos de excursión?”
Y otro respondía “Sí, Sí”, y así, sucesivamente. Se enfadaba, claro.



El apodo le vendría de su costumbre e repetir tal afirmación.


TANA


No las recuerdo pero sé que una hija anda por el pueblo, en concupiscencia con todos. Dicen que tiene furor uterino.


También hablan mal de la madre (Viuda). La de las orejetas de Campano*.


Ignoro la raíz del apodo.


*Se refiere a que Campano la espió, a través de la reja de un
sótano, mientras meaba y dijo a los otros chicos que le había visto
“hasta las orejetas”.



TALEGAS


Vivían en el callejón de la plaza del Ayuntamiento. El padre
tocaba el redoblante en la banda de música. Tenía un hijo de nuestro
tiempo, que no se de él.



Ignoro la raíz del apodo.


TINAJEROS


Chato, el tinajero, el que más conozco. Familia larga. Vivían por la calle Boclín.


Ignoro la raíz del apodo.


TIÑOSOS


Vivían en la calle de los Lanceros. Uno de mi tiempo venía conmigo a la escuela. Varios hermanos.


Ignoro la raíz del apodo.


TOMATICOS


Vivían por una huerta. Recuerdo que uno, pequeñico, era gran
corredor de carreras de pollos, para las Ferias. Hablo del año treinta y
poco.



Ignoro la raíz del apodo.


TORDERA


Antonio, el Tordera. Trabajaba de dependiente en casa de Villamana, tejidos.


Creo que, al comenzar la guerra, fue al frente y cayó nada más llegar.


Era alto y delgado…, como el Tordera.


Ignoro raíz apodo.


TOROCACHO


Ángel Guerrero, amigo que venía a la Escuela. Andaba con la cabeza algo cacha. De ahí el apodo.


TRILLEROS


Tenían taller de carpintería en la calle del Hospital.
Supongo que sus padres harían trillos. Cuando yo los recuerdo, se
dedicaban ya únicamente a la carpintería.



Poco antes de la guerra, emigraron a Valencia el padre y el
hijo pequeño, Manuel. No sé más de ellos. Pero en el pueblo quedaron
Andrés (el que fundó El Patio) Victoria (que se casó y continúa en La
Almunia), otra hija más pequeña y, por último, Ventura, que se vino a
Zaragoza y tiene un gran negocio de maderas.



TRINQUETEROS


Eustaquio. Era cazador, algo cojo. Tenían la yesería de la cuesta de Gríu.


Hijos de este Blas (el de los monacos*), Manolo y la hija ,casada con Manolo el Cagarrutas de la huerta.


El del Estanco, también creo era Trinquetero.


La raíz del apodo debe venirles de que tenían el trinquete de la pelota, digo.


*Se refiere a que este en tiempos de la República solía
decir, “Los huesos, pa’los monacos”, en vez de “para los perros”. Los
monacos eran los monárquicos.



VIÑACERAS


Vivían en la huerta de La Viñaza, cerca de Ricla, donde tiene Josa el molino de piensos.


Recuerdo a la madre y dos hermanas, mayores. Marcharon para Zaragoza, acaso antes de la guerra. Creo haberlas visto alguna vez.


El apodo sería por vivir en La Viñaza.


La Almunia_Casas del Rabal


Al final de estos papeles, figura una lista con varios motes,
algunos de los cuales había ya reseñados y otros, no. Supongo, los
tendría mi padre apuntados para, en su caso, hacerles la ficha o
aumentar algún dato en los ya escritos .



Carpo


Chato Manana


Gordillín-anguinas (¿)


Maniles


Matamoros


Mechas


Mina


Molacha


Momitos


Monica Alpartir


Morretes


Morrituerta


Pajaricos


Pataca


Patatero


Peludo


Peluquilla


Persianas


Picante


Picotona


Pichacorta


Piqui


Polla


Precauciones


Rasero


Ratón


Regadera


Regüete


Reluches


Rigores


Romaldicos


Roñosas


Sacasa


Sagrado Corazón


Salerito


Salomones


Sanjuanicos


Santos negro


Sapicos


Sarasate


Secos


Serios


Sin Pensar


Soso


Tana


Tanis


Tardera


La Almunia_Plaza de Garay0Tiñosos


El miércoles 15 de enero, a las 19.45 h. se presenta mi edición de las Obras
de Guillermo Osorio (Ed. Libros del Innombrable) en la Librería
Antígona de Zaragoza.  Incluyo aquí la solapa, con noticias biográficas
de este insólito escritor, descartado por la literatura oficial. Y,
también, la contraportada, con un breve comentario de su sorprendente
obra.


Guillermo Osorio


                                                          BIOGRAFÍA


Guillermo Osorio (Cuenca, 22-11-1918 / Madrid, 27-12-1982),
escritor semisecreto, último de los verdaderos bohemios, borracho
inveterado del vino de las tabernas y personaje angélico, las pocas y
raras obras de este poeta y cuentista son casi desconocidas. Tampoco
sabemos mucho de los primeros años de su vida. Tras estudiar en el
Instituto de su ciudad, se vio arrebatado por la guerra y adscrito a una
unidad de tanques del ejército republicano, que lo marcó decisivamente.
Tras el paso por los campos de prisioneros franceses, volvió a España,
donde hubo de padecer cárcel y campo de concentración. Rechazado por su
ciudad natal, en 1950 se instaló en Madrid y comenzó su vida
peripatética y deambulante, de taberna en Osorio, Guillermo con Adelaida 1950taberna,
de tertulia en tertulia, al tiempo que escribía impresionantes sonetos y
un puñado de cuentos que hasta 1960 no pudo recoger en libro, El bazar de la niebla.
Su ángel guardián fue una estrambótica poetisa y periodista, Adelaida
Las Santas, con la que casó en 1955, que le dio acogida y fue
solucionando los problemas cotidianos, a pesar de que él siempre siguió
viviendo de noche y jamás tuvo medios de subsistencia.



Perteneciente a la olvidada generación etílica del café Varela,
donde estuvieron sus mejores amigos (Manuel Alcántara, Eduardo Alonso,
Manuel Martínez Remis, Alejandro Carriedo…), que siempre lo recordaron
como alguien entrañable, sólo se daría a conocer en recitales conjuntos y
revistas literarias de poca circulación. No obstante, tras la edición
de su primer libro de cuentos no volvió a publicar hasta que su mujer
fundara en 1980 la colección Aguacantos, destinada a acoger la obra del
poeta, que sólo vería editados otros dos muy breves libros en vida, Veinticinco sonetos y El perro azul. Cuentos (1981). Los últimos, Río de los peces (1984) y Guillermo Osorio 10 años después (1993), fueron publicados póstumamente.



A finales de 1982 Guillermo Osorio moriría al caer sobre una Osorio, Guillermo-Última fotografíaestufa
encendida, tras sufrir un paro cardiaco. Manuel Alcántara escribiría en
su necrológica: “…pertenecía a otro lugar del que tenía permanente
nostalgia; por no sé qué azar afortunado, pasó su destierro entre
nosotros (…) Es todo lo que sabemos de él. Eso y que ha muerto, después
de haber consumido gloriosamente algunas cosechas de vino tinto y de
haber escrito veintitantos sonetos prodigiosos”.



                                                            LA OBRA


 Guillermo Osorio ha trascendido fundamentalmente por lo
pintoresco de su alcohólica vida y como autor de extraordinarios sonetos
de corte casi quevedesco, que no vieron la luz en volumen hasta 1980, y
de un puñado de cuentos oníricos, que se mueven en las fronteras del
absurdo, el delirium tremens y el humor.



Se recoge en este volumen la totalidad de la obra publicada por el
escritor conquense compuesta por dos libros de cuentos y tres muy
breves entregas poéticas. Sus 25 sonetos ostentan una límpida
perfección formal lo que, unido a su equilibrio expresivo y sus
hallazgos lingüísticos, que nunca retuercen el sentido o la sintaxis,
nos proporciona la inflexión justa de la emoción con que están
concebidos y transmiten de modo tan intenso. El destino, la muerte, la
condena fatal de la tristeza dan paso a un escepticismo humanista que,
si encuentra un atisbo de salvación, es en uno de los temas eternos de
la poesía: la integración con la naturaleza. Río de los peces y
Guillermo Osorio 10 años después recogen poemas dispersos y desiguales
pero donde se puede encontrar la gracia alada y la profusa melancolía
que caracterizan al poeta de Cuenca.



Los cuentos de El bazar de la niebla y El perro azul 
parecen basarse en los agitados sueños que, probablemente, le deparara
el alcohol. Una situación cotidiana en la que, de pronto e
inesperadamente, aparece un elemento distorsionador de la realidad, que
da lugar a visiones entrecortadas en las que se alternan lo macabro y lo
ingenuo, lo horripilante y lo banal. Los símbolos de transformación
junguianos y la llamada literatura del absurdo, casi contemporánea a la
vida literaria de Guillermo, junto a algunas reminiscencias
surrealistas, son los elementos que aparecen más cercanos a estos
relatos en los que  una serie de acontecimientos inquietantes y, a
menudo, gratuitos, se suceden vertiginosamente como en los delirios
febriles, y alternan espanto y humor.



 Osorio, Guillermo en su chozo





 Publicado en Oscura turba de los más raros escritores españoles, Zaragoza, Xordica, 1999, pp. 231-243. Actualizo la bibliografía.


¿Cómo no sucumbir a la tentación de adquirir un libro que se titula Ripios académicos
y en el que al primer vistazo se verifica que allí se pone como no
digan dueñas a dómines que uno ya tenía enfilados como Echegaray o
Mariano Catalina? Al joven que uno era -de veinte y muy pocos años y
todavía más provisto de iconoclastia que la usual en tales edades y
calendas- le extrañó, pero no le arredró, la protesta final que
pronto comprobó se reproducía en todos los libros de Valbuena: “Si
alguna cosa apareciese en este libro contraria a la fe católica o a las
buenas costumbres, téngase por no escrita”. Por lo mismo, le sorprendió
que anduviese por allí, igualmente sacudido, Menéndez y Pelayo. El
joven, aunque ya sabía que el mundo era muy raro y le parecía bien,
tenía con don Marcelino, la mosca detrás de la oreja: ¿Cómo un
superdotado como él -que en los Heterodoxos nos proporcionaba
interminable pasto para lecturas estrambóticas e incendiarias, que en la
Historia de las ideas estéticas había logrado con unas pocas
líneas hacerle entender a Kant o Hegel, cosa que no había conseguido con
cuatro cursos de filosofía entre el Bachillerato y la Facultad y que,
además, era sedicentemente borracho y mujeriego- podía ser reaccionario?
Cosas que pasan.



Resulta que don Marcelino también escribía poesías y en este
libro de Valbuena se ponían las cosas en su sitio. Por cierto, que el
santanderino, atufado por los venablos del catón leonés aunque
reconociendo indirectamente su valía, en una ocasión manifestó que no
escribiría la historia de la sátira en España por no nombrar a Valbuena y
que se iba a fastidiar porque él dejaría treinta volúmenes y el otro
cuatro libelos. A lo que Valbuena respondió por escrito con la sensatez
que siempre le caracterizó: “sosiégate y deja todos los volúmenes que
quieras pero convéncete de que más te valdría no dejar éste de los
versos”.



Cuando uno empezaba a hincar el diente en las páginas de los
Ripios, la lectura se hacía carcajada. Experiencia que se repetía con
cualquier macho o hembra que hojeara el libro cosa que, luego me enteré,
también sucedía al autor a la hora de escribirlos. Como en la
contraportada apareciesen otras muchas obras de Valbuena, se convirtió
desde entonces en uno de mis autores buscados aunque tardé muchos años
en encontrar algún contemporáneo que hubiese escrito acerca de él.



¿Quién era este elemento jocundo, tradicionalista a machamartillo, solterón y regeneracionista a su modo?


Valbuena, Antonio joven


Había nacido (1844) en Pedrosa del Rey donde -son sus
palabras- “nadie podía ser vecino sin ser noble”. Ingresado a los quince
años en el seminario de León, ya desde allí empezó a publicar versos
sagrados y profanos en los periódicos leoneses. Para los últimos
estampaba el seudónimo de Juan Paseante. Más tarde emplearía también los
de Venancio González y Miguel de Escalada, tal vez para contrarrestar
el apelativo que los demás le aplicaban, Melladín de Pedrosa,
motivado por una brecha de nacimiento en el labio inferior -lo mismo le
sucedía a su antípoda ideológico, José Nakens- a lo que acompañaba unos
dientes ratoneros, peculiaridad física que no se olvida de resaltar
alguno de los vates por él vapuleados. En justa correspondencia, porque
Valbuena no detenía su crítica en lo estético o gramatical sino que,
cuando a mano venía, derivaba hasta lo personal.



En 1865 deja el seminario y funda El Fénix y Pero-Grullo,
antes de trasladarse a Madrid para estudiar leyes. Como primera
publicación ya había dejado en 1866 un folleto con poesías a la Virgen
publicado por la Academia Bibliográfica Mariana de Lérida.



Valbuena_Poemas a la Virgen


Al estallar la revolución de 1868 polemiza virulentamente desde la prensa tradicionalista y publica Sursum corda!,
un folleto vibrante y arengatorio en defensa de sus posiciones. Ante el
cariz que toman los acontecimientos se traslada a su pueblo y en 1870 a
Vitoria donde su hermano mayor, José, es lectoral de la Catedral y
persona de gran relevancia social. Allí ejercerá los cargos de
presidente de la Juventud Católica, secretario del Círculo Carlista y
director de La Buena Causa, periódico más que montaraz. Las
campañas desarrolladas en éste le valen un breve destierro, lo que no
obsta para que se licencie en Derecho Civil y Canónico en la Universidad
Libre de Vitoria.



Vuelve a su pueblo natal para ejercer de abogado pero,
pronto, deja el bufete para dedicarse a la defensa del Trono y el Altar y
al ataque de cualquier mojón que huela a liberalismo o progreso. Sus
dos intentos de salir como diputado fracasan pero, desatada la última
guerra carlista, se alista como Valbuena, Antonio carlista 1874voluntario
en las fuerzas del general Villalot y llega a ocupar el cargo de
Auditor General del Ejército. Tras la derrota definitiva en febrero de
1876 ha de exilarse pero, cuando regresa a los pocos meses, los
revolcones no han variado un ápice sus convicciones ni su pugnaz modo de
defenderlas. En 1877 vuelve a las Vascongadas para dirigir en Bilbao La Voz de Vizcaya.
El periódico es clausurado por la autoridad, amparada en el estado de
sitio que todavía se encuentra vigente en estas provincias.



En 1878 comienza su colaboración en El Siglo Futuro.
Su tan virulenta como ingeniosa sección “Política menuda” aumenta en
progresión geométrica los lectores del periódico por lo que, cada vez,
Valbuena ocupa más espacio en sus páginas hasta casi monopolizarlo.
Colaborará después en El Progreso. Allí comienza a publicar su
primera serie de Ripios, los Aristocráticos, donde baquetea
inmisericorde a quienes amparados en títulos -con una especial
predilección por los marqueses- se dedican a requerir a las musas y a
perpetrar versos infames. La muelle vida de estos sujetos y el
reconocimiento y sumisión que su mera presencia inspira les hace todavía
más confiados en el aroma de sus ventosidades poéticas pero no cuentan
con que allí aparecerá el justiciero Valbuena para dejar las cosas en su
lugar. Nadie lo hubiera esperado de tan contumaz servidor del viejo
régimen y él mismo, por medio de su editor, se ve en el deber de aclarar
el asunto en el prólogo al libro que recoge buena parte de los ripios
que ha ido publicando en El Progreso:



  “El título de esta serie de artículos y la
circunstancia de haber salido a la luz en un periódico democrático han
podido hacer creer a muchos que el autor es algún demagogo, enemigo
jurado de toda aristocracia. Nada hay, sin embargo, más ajeno de la
verdad que esta creencia. Ni el autor de este libro es demócrata ni por
su origen ni por su educación ni aun por su mismo temperamento puede ser
enemigo de la clase noble. Ni el libro, por consiguiente, puede tampoco
ser una diatriba contra esta clase (…) El objeto principal del libro
bien claro está que es puramente literario, y que si va contra alguna
clase es a no dudar contra la clase de los malos poetas (…) Era un gran
yerro tener al autor de los  Ripios por enemigo de la nobleza y
suponerle movido, al escribir, por odios demagógicos. Todo lo contrario.
Hijo de una familia noble y educado en aquellas ideas que hicieron a
España grande y poderosa en mejores tiempos, es tradicionalista de raza y
tradicionalista de convicción, ardiente y decidido partidario del
antiguo sistema de gobierno con todas sus instituciones seculares…”
  De una forma u otra, el
libro alcanzó siete ediciones, amén de varias fraudulentas en América, y
dio a Valbuena la pauta de por dónde podía encauzar su pluma tan
satírica como severa. Y ¿dónde mejor que en la Real Academia Española,
poblada de tan campanudas medianías, iba a encontrar más apetitoso
pasto? Por otra parte, desde 1885 colaboraba en
Los lunes del Imparcial, lo que le daba ya carta definitiva de crítico prestigioso. Fue allí donde comenzó a publicar su Fe de erratas del nuevo Diccionario de la Real Academia (1891)
que, luego, como libro, alcanzaría hasta doce ediciones. Como sus
comentarios, tan malévolos como sensatos, le valieron, como era
esperable, contraataques e inquinas de los tan poseídos de sí mismos
académicos de la época, Valbuena, que se crecía en el castigo, publicó
en 1891 los antedichos
Ripios académicos.
Allí arremete -y con motivo- contra prebostes tan prestigiosos como
Alejandro Pidal, José Echegaray, Juan Valera, Antonio Cánovas, Víctor
Balaguer o Núñez de Arce, además de los citados arriba y otros menos
recordados hoy. El lector, aparte de carcajearse inconteniblemente con
las citas y comentarios que Valbuena hace de los poetastros, no puede
menos que estar de acuerdo con la inmensa mayoría de sus apreciaciones.
Aparece también allí Manuel Cañete que fue quizá el blanco preferido de
sus venenosos dardos. A don Manuel se le había ocurrido defender a
cierto poeta atacado en los
Ripios aristocráticos
lo que le valió a partir de entonces ser vapuleado por Valbuena,
viniese o no a cuento. Incluso lo había incluido, bajo el marbete de
Paréntesis. Para Cañete, en este último libro, que fue el primero de los suyos de la vertiente satírica.



Para que no se le tildara de maniqueo, en 1891 publica Ripios vulgares donde pasa revista a varios vates escogidos entre lo Valbuena_Ripios vulgaresmás
estéticamente vetusto de la época, que no era poco. Recordemos que,
quién sabe si aplastado por su abundancia o con un íntimo regodeo,
Cossío incluyó un epígrafe de “Poetas viudos” en su mamotreto sobre la
poesía del XIX. En esta nueva entrega de Valbuena aparecen, pues, gentes
tan denostadas como Grilo o el pintoresquísimo Carulla, autor de La Biblia en verso.
No faltan invectivas contra sus bestias negras: Cánovas y Cañete,
aunque a éste se le aplica la férula en cabeza ajena. Concretamente, en
la de Carlos Fernández “admirador de Cañete” a quien se le dedica mayor
número de capítulos -tres- que a ningún otro de los fustigados en el
libro. Naturalmente, no perdona a los poetas con veleidades liberales:
Curros Enríquez figura aquí para ser aplastado a causa de un nefando
soneto que tuvo la ocurrencia de dedicar a la ciudad de Aveiro.



Entretanto, iba publicando otros libros ensayísticos,
críticos o narrativos que, sin ser aviesos, no incrementan su gloria
literaria. Fracasado en su carrera política, no cejó, en cambio, en su
labor de acometer mejoras para su tierra en el campo de las
infraestructuras, terreno en el que logró notables éxitos por lo que fue
reconocido por su coterráneos ya que nunca le movieron intereses
personales. Soltero y pudiendo vivir con cierta holgura de sus
publicaciones y de sus rentas, vertió todas sus energías en tales
empresas beneméritas que contrastaban con su imagen literaria -jocunda
pero feroz- a la que tan bien venían las polémicas en las que se
enredaba: la Pardo Bazán, el mentado Cañete, Cejador, Gutiérrez Nájera,
Julio Casares, Menéndez y Pelayo, Manuel Silvela… Fuese por razones
ideológicas o estéticas, lo suyo era meter caña.



No se crea que su férula de dómine, aunque le granjeara odios
africanos, no fue apreciada incluso -también la masoquista es condición
humana- por quienes la sufrieron. Ya se vio el reconocimiento indirecto
de don Marcelino y lo mismo podríamos decir de doña Emilia que califica
así la escritura de don Antonio: “encantador desafeite del estilo (…),
sabor neto y puro del lenguaje (…), dechado de naturalidad y frescura
popular”. Viniendo esto de quien había sido repetidamente mortificada
por él, en especial desde que se le ocurrió escribir que las garduñas
volaban, la cosa tiene mayor mérito. Veamos un fragmento de los muy
numerosos dedicados a la condesa en Des-trozos literarios:



   “Una señora que cree que inhibirse es… lo Valbuena_Des-trozos literarioscontrario de lo que es realmente y lo escribe así, y llama pena de daño á la pena de sentido, y viceversa, y cree que vuela la garduña y la presenta volando y aun la mide la longitud de las alas, y habla de la densidad de la temperatura… y afirma que el sacerdote al imponer la ceniza dice quia pulvis eris… una señora que tales cosas escribe es académica por derecho propio”. (p. 103).
Joaquín Serrano y Simona Fernández, de los pocos que en el
último medio siglo han dedicado algún trabajo a Valbuena, explican en
parte su éxito popular -fue junto a Clarín el crítico más leído y temido
de su época- por su ausencia de respeto para arremeter contra los
consagrados. Y a fe que lo hizo. Entre 1893 y 1902 publica cuatro tomos
(“montones” los llama él) de Ripios ultramarinos donde se ocupa
de no dejar títere con cabeza en la poesía hispanoamericana: además de
los muchos que la historia ha colocado en su olvidable lugar, se ocupa
de machacar a otros, hoy situados en el Olimpo de las antologías
generales, como Gutiérrez Nájera, Jorge Icaza, Miguel Antonio Caro,
Rafael Obligado, Juan José Tablada, Salvador Díaz Mirón o Andrés Bello.
No se priva ni siquiera de ocuparse de Rubén Darío en los montones
primero y tercero:



  “…en comparación del cual todos los malos poetas, por muy malos que sean parecen buenos, ó, cuando menos, regularcillos.


Sus amigos le llaman decadentista pero eso ya no es la decadencia, es la deshecha más horrorosa (…) Entre las cuatro composiciones -dice Juan Valera;- en las cuatro estaciones del año, todas bellas y raras (eso sí; ¡lo que es raras!) sobresale la del verano (…) Nada más espléndido que su “Estival” (…) No trepido
en afirmar que éste es uno de los más bellos trozos descriptivos del
Parnaso castellano (…) El estío (…) está simbolizado en los amores de
dos tigres de Bengala:



‘Con su lustrosa piel manchada á trechos


¡Caracolini!… Manchada á trechos… El de la Barra, que se entusiasmó con la armonía imitativa de aquello del agua glauca que chapotea se habrá entusiasmado también con la que resulta de esa profusión de ches del final del verso; pero por modestia no nos lo dice.


Como tampoco nos dice si la real hembra tenía dos ó tres kilómetros de larga… Porque para tener la piel manchada á trechos


Mas verán ustedes lo que hace la real hembra:


‘Salta de los repechos…’


¡Ah! para eso cuidó el vate de mancharla la piel á trechos‘; porque es cosa sabida que el tener la piel manchada á trechos ayuda mucho cuando hay que saltar de los repechos, si hay que saltar en verso, especialmente.


‘Salta de los repechos


De un ribazo…’


Serán de dos, porque un ribazo no tiene más que un repecho. De modo que ó la real hembra no salta más que de un repecho o son dos cuando menos los ribazos.


‘Salta de los repechos


De un ribazo, al tupido


Carrizal de un bambú, luego á la roca


Que se yergue á la entrada de la gruta…’


 Una roca no se yergue: se yerguen los seres animados; la roca estará erguida, pero no se yergue (…)


                  ‘Siéntense vahos de horno


Y la selva africana…’


¿Pero no decía usted que eran tigres de Bengala ¿Quién los ha traído á la selva africana?


¿Y así está el vate de Geografía, después de las ponderaciones de D. Juan Valera de que sabía tantas y cuántas cosas?…


‘Siéntense vahos de horno


Y la selva africana


En alas del bochorno


(¿El bochorno tiene alas?) alas?)


Lanza bajo el sereno…’


¡Ah! ¿También hay serenos en la selva africana? Eso es un adelanto (…) Vamos adelante:


‘Un rugido callado.’


¡Diantre! ¿Cómo serán los rugidos callados?


Rugido… callado… Nada, que no puede ser eso.


‘Un rugido callado


Escuchó (¡Buen oído!) Con presteza


Volvió la vista de uno y otro lado…’


La volvería á uno y otro lado…


‘Y chispeó su ojo verde y dilatado,


Cuando miró de un tigre la cabeza


Surgir sobre la cima de un collado.’


El collado no tiene cima: es la parte más baja de la unión de dos cimas ó dos cerros. Viene de collum, cuello. La academia no sabe nada de esto, ni el vate tampoco, por lo visto”.
  En el mismo artículo Valbuena se espanta de que el nicaragüense escriba cosas como: “en el árbol en flor, junto a la poma” (“¿No acaba usted decir que el árbol está en flor? Pues hay que esperar por la poma una temporada”); de que llame a la luna góndola de alabastro o aplique a la noche el calificativo de dorada: “¿Llamar a la noche dorada?… ¿Por qué, vamos, por qué?…”; respecto al verso “La armonía en tu alcázar tiembla y vuela” comenta Valbuena: “(¡Miren la picaruela!) Con que tiembla y vuela? Pues parecerá un cernolín si vuela temblando). O de que en la “Canción de oro” llame al vil metal feto de astros“.


Se podrá decir que Valbuena fue muchas veces injusto y
picajoso, pero casi siempre ofició de sensato. Aún se descolgó en 1910
con el último de sus libros de crítica, Corrección fraterna,
donde no se limita a los versos sino que en sus postreros coletazos,
encuentra un blanco tan fácil como Unamuno sin que abandone su antigua
propensión aversiva -si vale el oxímoron- hacia doña Emilia. Veamos
alguna muestra de como trata al soberbio y campanudo vizcaíno:



   Mire usted, hombre, ó Rector, si usted quiere,
ya que también lo quiso un gobierno atolondrado; mire usted, si toda la
rima fuera como la de usted, y todos los sonetos como el suyo, habría
que renegar de los sonetos y de la rima, porque, a la verdad, el soneto
de usted es cosa tonta y desagradable; pero amigo, hay rimas muy dulces y
sonetos muy hermosos, á los cuales no se parece el de usted sino como
el áspero guarrear de un cuervo al dulce canto de un ruiseñor, ó como el
gruñir de un animalejo de la vista baja á una sinfonía de Beethoven. De
manera que de su soneto lo que se puede sacar en consecuencia no es que
la forma poética deba desaparecer, ni que los sonetos sean cosa
despreciable, sino que usted es un desdichado intruso á quien no le
llama Dios por ese camino. (p. 84).



Esto es, que se vuelva a la cocina del presupuesto á comerse
tranquilamente su nómina y deje en paz á la poesía, para la que su
prosaica rudeza nativa le hace del todo refractario. (p. 89).



“Cuando salí de su casa iba por paseo ‘delante mío’ …”


No se dice así, grandísimo… Rector.Delante de mí’ es como se dice. ‘Delante mío’ es un disparate (p. 94).
Con esta soltura y naturalidad dejó escritas el leonés miles
de páginas. Clarín, en muy diversas ocasiones, el Padre Blanco García, 
Azorín… alabaron también los escritos de Valbuena que, según todos los
indicios era una buena persona que sólo se investía de fiereza cuando
cogía la pluma para defender la causa de lo que él creía buena gramática
pero nunca se percibe en él la saña que ocasionalmente muestran otros
autores más o menos contemporáneos (Astrana, Adolfo de Castro, Bonafoux,
el mismo Clarín…) cuando entran en polémica. Gómez Carrillo y Soiza
Reilly se habían hecho a la idea de un ogro y cuando le entrevistaron
vieron a un hombre sencillo, bondadoso y amable. Escribe este último
hacia 1907:



   “…es un hombre original del cual nadie ha
podido hacer una semblanza fiel. Vive como un monje, recluido en una
celda de la iglesia de San José, en Madrid (…) con un sobrino suyo que
es sacerdote (…) Varias veces intenté hacerle hablar contra los
literatos y contra la literatura de los jóvenes actuales. No pude. No
pude… No me dijo ni una sola palabra en contra de ellos. Pero me
escribió un artículo contra Lugones (…) Mientras Valbuena vibraba en su
entusiasmo de católico célibe, yo me entretenía en contemplar las
paredes desnudas de la celda, ¡tan desnudas, tan crueles! (…) Este
hombre -cuyos artículos se pagan a precio de oro,- no debió nacer nunca
en esta época de fiebre y de nervios…”
Bien vio Soiza Reilly la personalidad de Valbuena: filántropo Valbuena, Antonio viejointransigente,
de una severidad en lo religioso que se aplicaba a sí mismo hasta
llegar al celibato. Su integrismo no le impidió polemizar con obispos a
los que, naturalmente, tampoco otorgaba el derecho de publicar malos
versos. Hombre de otra época, en suma, supo darse cuenta a tiempo e ir
retirándose de la actividad pública. Vuelto a su pueblo, pasó sus
últimos años trabajando para mejorar las condiciones de vida de sus
paisanos. En 1922 fue nombrado cronista oficial de la provincia de León y
murió en 1929.



De cultura enciclopédica, con alrededor de treinta libros en
su haber, con un epistolario -publicado fragmentariamente por J. F.
Botrel- que contiene una más que interesante correspondencia con
Rodríguez Marín, Clarín, Sinesio Delgado, Zorrilla o Castelar, Valbuena
es otro castigado por la contemporaneidad que suele asimilar lo
pintoresco a lo inane. Sus libros nos aguardan con un quintal de
bienhumorada y severa prosa, con ardor justiciero ante el figurón
poseído de sí mismo, con la atracción que suscitan los cachivaches
arrumbados en el desván desde hace muchos lustros y que, en el cotarro
literario, han sido sustituidos por una acaponada cerámica de Lladró.



                                                 OBRAS


Odas y suspiros. Poesías a la Virgen, Lérida, Academia Bibliográfica Mariana, 1866.


Historia del corazón (idilio), Madrid, 1878.


Ripios aristocráticos, Madrid, Tipografía Hispanoamericana, 1883.


Fe de erratas del nuevo Diccionario de la Academia Madrid, La España Editorial, 1887-1896, 4 tomos.


Valbuena_Fe de erratas del Diccionario de la Academia


Ripios académicos, Madrid, La España Editorial, 1888 (4.ª ed. aum., Madrid, Imprenta del Asilo de Huérfanos del Sagrado Corazón de Jesús, 1912).


José Zorrilla, estudio crítico-biográfico, Madrid, Establecimiento tipográfico de R. Fe, 1889.


-Ripios vulgares, Madrid, La España Editorial, 1891.


-Capullos de novela, Madrid, La España Editorial, 1891.


-Agridulces políticos y literarios (3 tomas), Madrid, La España Editorial, 1892-1893.


Ripios ultramarinos (4 montones), Madrid, Librería General de Victoriano Suárez, 1893, 1894, 1896 y 1902.


Valbuena_Ripios ultramarinos 4º


Novelas menores, Madrid, Librería de Victoriano Suárez, 1895.


Cuentos de barbería aplicados a la política (con Enrique Hernández, Madrid, Imprenta de Enrique Fernández de Rojas, Madrid, 1895.


Agua turbia, Madrid, Librería General de Victoriano Suárez 1899.


Des-Trozos literarios, Madrid, Librería General de Victoriano Suárez, 1899.


Rebojos (Zurrón de cuentos humorísticos), Madrid, Librería General de Victoriano Suárez, 1901.


Sobre el origen del río Esla, Madrid, Imprenta y Litografía del Depósito de la Guerra, 1901.


Parábolas, Madrid, Librería General de Victoriano Suárez, 1903.


Ripios geográficos, Madrid, Librería General de Victoriano Suárez, 1905.


-Notas gramaticales. El La y el Le, Madrid, Imprenta del Asilo de Huérfanos 1910.


Corrección fraterna, Madrid, Imprenta del Asilo de Huérfanos, 1910.


-Caza mayor y menor (no hay metáfora), Madrid, Tipografía de los hijos de Tello, 1913.


Obras completas, Madrid, Imprenta del Asilo de Huérfanos del Sagrado Corazón de Jesús, 1912-1914.


Valbuena y sus poesías, ed. de F. de la Cuesta, León, Folletón de El Diario de León, 1944-1945.


Valbuena y sus poesías


Prosa crítica de Antonio de Valbuena, ed. de N. Algaba Pacios, León, Diputación Provincial de León-Instituto Leonés de Cultura, 2001.


                                          BIBLIOGRAFÍA


-ALGABA PACIOS, María N.,  “La singularidad del leonés
Antonio Valbuena en la cronología noventayochista”, en E. de Diego
García y J. Velarde Fuertes (coords.), Castilla y León ante el 98, Valladolid, Consejería de Educación y Cultura, 1999, pags. 309-326.



-BARREIRO, Javier,  “Antonio de Valbuena, azote de poetas ripiosos”, en Oscura turba de los más raros escritores españoles, Zaragoza, Xordica, 1999, pags. 229-243.


Oscura turba de los más raros escritores españoles004


-, Voz, “Valbuena en Diccionario Biográfico Español, Vol. XLVIII, Madrid, Real Academia de la Historia, 2013, pp. 871-872.


-BOTREL, Jean-François (compilador), “Cartas a Antonio de Valbuena, ‘Miguel de la Escalada'”, Tierras de León nº 42, T. XXI (1981), pags. 99-110.


-BOTREL, Jean François, Antonio de Valbuena y la novela de edificación (1879-1903)”, en Tierras de León: Revista de la Diputación Provincial, vol. 24, n.º 55 (1984), pags. 131-144.


-, “Antonio de Valbuena et la langue espagnole: critique et démagogie”, en Bulletin hispanique, vol. 96, n.º 2 (1994), pags. 485-496.


-CLARÍN, Paliques (aparece en varios de ellos).


-CUESTA, Filemón de la, Valbuena y sus poesías, León, Folletón de El Diario de León, 1944-1945.


-DOMÍNGUEZ DEL HOYO, José María, “Antonio de Valbuena”, Revista Comarcal Montaña de Riaño nº 7, diciembre 2002,


-FRAY MORTERO (Manuel Fraile Miguélez), Cascotes y machaqueos. Pulverizaciones a Valbuena y a Clarín, Madrid, Librería de la Viuda de Hernández y Cía., 1892.


-MARTÍNEZ GARCÍA, Francisco,  Historia de la literatura leonesa, León, Everest, 1982, pgs. 404-421.


-MIR Y NOGUERA, P. Juan, “El crítico Valbuena” en El centenario quijotesco, Madrid, Saenz de Jubera, Hermanos, 1905, pags. 195-213.


-SERRANO SERRANO, Joaquín, “Polémicas de Antonio de Valbuena
con sus contemporáneos sobre la corrección gramatical y los ‘defectos’
del Diccionario de la Academia”, en Estudios humanísticos. Filología, n.º 28 (2006), págs. 185-220.



-, Antonio Valbuena (1844-1929): poeta, narrador y crítico polémico, León, Universidad de León – Servicio de Publicaciones, 2007.


-,  “Diez calas en la religiosidad del escritor leonés Antonio de Valbuena”, en Studium legionense, n.º. 48 (2007), pags. 279-316.


-, “‘Paz en la guerra’ entre Miguel de Unamuno y Antonio de Valbuena. A los cien años de la ‘Corrección Fraterna’”, en Tierras de León: Revista de la Diputación Provincial, vol. 46, nº 126-127 (2008), pags. 195-213.


-SERRANO SERRANO, Joaquín y Simona FERNÁNDEZ FERNÁNDEZ, “Antonio de Valbuena, ilustre escritor leonés del siglo XIX”, Tierras de León nº 42. T. XXI (1981), pags. 99-110.


-, “Antonio de Valbuena, luces y sombras en sus críticas”, en Tierras de León: Revista de la Diputación Provincial, vol. 31, n.º 81-82 (1990-1991), pags. 147-172.


-SOIZA REYLLY, Juan José de, “Un crítico terrible” en Cien hombres célebres (Confesiones literarias) (2ª ed.), Barcelona, Maucci, 1909, pags. 285-288. 


Soiza Reylly_Cien hombres célebres


-VALLADARES REGUERO, A.,
“Los trabajos cartográficos de finales del siglo XIX ante la crítica
mordaz de Antonio de Valbuena”, en
Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, n.º 169 (1998), pags. 647-674.



Valbuena, Antonio de5


Los visigodos tomaban dos veces sus decisiones: una serenos yA la puerta de la taberna
otra borrachos. En caso de diferir prevalecía la que tomaban
alumbrados. Lo que no cuenta Baroja –del que tomo esta noticia– es por
qué se molestaban en tomar responsabilidades en estado de lucidez. Tal
vez, por desacreditar, rectificándola, la elección prístina.



Fiesta y bebida están tan
íntimamente entramadas como alcohol y literatura. ¿Qué mejor oportunidad
para aullar en su elogio que los fastos que celebramos?
Alguien dijo que la Valeta, Antonio, Miserias del alcoholismoliteratura
se encuentra en el fondo de una botella. Obviamente, si intentamos
hacer un catálogo, será más fácil confeccionarlo de los escritores
abstemios que de aquellos que compartieron su vida con el vaso. Un dicho
escocés reza: “Un whisky me convierte en otro hombre y ese otro hombre
necesita beber un whisky”. El escritor siempre es más de uno, un
esquizoide, una personalidad fragmentada en su soledad. Bien lo sabía
Gómez de la Serna que, parodiando los argumentos ontológicos reveladores
de la existencia de Dios, propuso el argumento fotológico para
demostrar la existencia de uno mismo, para aquellos que dudaran de su
propia identidad, de la certeza de su encarnadura: “Hágase una foto, si
sale usted es que existe”.



La imagen que nos devuelve el
líquido desde el fondo del vaso es siempre una imagen turbia, difusa,
tan extraña que nos hace tratar de recomponerla en la bruñida superficie
del contenido Lagar místicode
otro vaso. Labor abocada al fracaso, empresa en la que sólo los titanes
obtienen alguna vez la victoria. La imagen es cada vez más vacilante
para finalmente, quedar fuera. Es entonces cuando se produce la catarsis
que puede ser falaz: el machadiano “borracho de sombra negra”, amargura
vacilante y torva citación o puede ser festiva y hacernos participar
fugazmente del modo de ser atribuido a los dioses. Es la recuperación
del centro, el lazo que une nuestro pasado y nuestro futuro, el vino
cantado por los poetas en sus anacreónticas. Escojamos una del “primus
inter pares”, Borges:



En el bronce de Homero va grabado tu nombre negro vino que alegras el corazón del hombre.
Publicado en El Día, 9-X-1983.


Alcohol-infancia


Pese a que no hace mucho se le dedicó una céntrica calle en Zaragoza
-la antes llamada Capitán Esponera- y a que en el mundo es ampliamente
conocida, Elvira de Hidalgo sigue sin estar en la nómina de los
aragoneses rescatados. ¿Para cuándo un disco con sus grabaciones, ya
todas de dominio público? En 2004, cuando todavía Google y las
hemerotecas digitales no habían puesto la información al alcance de
todos, le dediqué un subcapítulo de mi libro Voces de Aragón, Zaragoza, Ibercaja, 2004, pp. 48-54, que reproduzco ahora, para eso, para que cualquiera pueda informarse en Google.


                  Elvira de Hidalgo-F0001      


Desde hace unos años es costumbre aludir a Elvira de Hidalgo
como la maestra de María Callas, pero la vida de la valderrobrense Juana
Rodríguez Roglán tuvo otros muchos destellos en los que no intervino
sino su genio vocal. En 1916, con motivo del centenario de El barbero de Sevilla, la
Scala organizó una serie de representaciones con la voluntad de que
figuraran en ellas los mejores intérpretes de Rossini en el panorama
operístico de aquel tiempo. Se determinó que Elvira de Hidalgo fuera
contratada para representar el papel de Rosina. Seis años antes, algo
similar había ocurrido en París: el empresario Raoul Gunsbourg decidió
dar esta obra en el Teatro del Casino de Montecarlo con el mejor elenco
de divos que fuera posible. Se contrató a Fedor Chaliapin como bajo, a
Titta Ruffo como barítono, a Enrico Caruso como tenor y a Elvira de
Hidalgo como soprano, aunque en el último momento se descolgase Caruso y
fuera sustituido por Dimitri Smirnov. Por entonces Elvira de Hidalgo
aún no había cumplido los diecinueve años. Existen grabaciones suyas
desde 1908, año en cuyos días finales cumpliría los diecisiete. Un
magnífico fraseo, modelo de musicalidad natural, lo agilísimo de sus
agudos y su desenvoltura en escena constituyeron la base de su
prestigio.



 Juana Rodríguez Roglán fue alumbrada en Valderrobres
(Teruel), adonde ya no volvería jamás, el día de los Inocentes de 1891.
El padre, Pedro Rodríguez Hidalgo, era un emigrante granadino que había
casado con Miguela Roglán y que, como tantos aragoneses de aquel tiempo,
en 1902 hubo de marcharse a Barcelona con su familia. Así, Juana pudo
estudiar en el Conservatorio del Liceo con la soprano Conchita Bordalba
para después partir hacia Milán y tener como maestro a Melchor Vidal.
Por su parte, los padres consiguieron la administración de un estanco en
la calle Aribau, casi esquina con la de Diputación, que antes había
regentado la familia de la excepcional soprano María Barrientos, con lo
que durante mucho tiempo fue conocido como “el estanco de las
cantantes”, porque al parecer era propiedad del Liceo, que lo cedía a
sucesivas familias de  estudiantes de canto que apuntaran buenas
condiciones.



 En abril de 1908, con dieciséis años, Elvira debuta en el Teatro San Carlo de Nápoles haciendo el papel de Rosina en El barbero de Sevilla,
acompañada por Titta Ruffo y consiguiendo el primer gran éxito. Se dice
que sus interpretaciones del protagonista femenino de dicha ópera están
entre las mejores de todos los tiempos. Inmediatamente es reclamada por
Gunsbourg, el inquieto y famoso empresario del Casino de Montecarlo que
tanto tuvo que ver con la Bella Otero, para reemplazar a Selma Kurz en
las representaciones de El barbero programadas por el Teatro
Sarah Bernhardt de París. El consiguiente triunfo induce al empresario a
llevarla a Montecarlo con la misma obra, como ya se dijo. En 1911 y
1912 se repite allí el mismo éxito. En el transcurso de estas temporadas
también realiza varias giras que la llevan desde El Cairo hasta Nueva
York pasando por Viena, Praga, Florencia y otras grandes ciudades
europeas.



Elvira de Hidalgo como Rosina Elvira
había debutado en el Teatro Real en 1911 y lo haría en el Liceo
barcelonés la víspera de Reyes de 1912, interpretando su Rosina y
acompañada por Stracciari. El público de la época adoraba su agilísima
voz y las habilidades “ornitológicas” que por entonces se estilaban y
que después serían tan denigradas. De cualquier modo, sus notas picadas y
sobreagudos fueron inigualables. Pero fue quizá en Nueva York, en cuyo
Metropolitan Opera House ya se había presentado en la temporada
1909-1910 con El barbero y La Sonámbula, el lugar en el
que con más fuerza prendió su arte, tanto por sus virtuosismos canoros
como por su extrema juventud. Cuando en 1912 llega al Teatro de la Ópera
de París, adonde volvería en 1916, 1922 y 1923, Elvira ya se había
convertido en una de las grandes de todos los tiempos. A partir de
entonces recorrió los mejores teatros de los Estados Unidos, Sudamérica y
Europa. En 1915, el célebre Mascagni (Cavalleria rusticana) la incorporó a su compañía.



 Sin embargo, hay quien afirma que su voz fue decayendo a
partir de 1913. Algunos lo achacan a que el papel de Rosina, el que
mayor número de veces interpretó, fue escrito por Rossini para una
mezzosoprano, pero, a comienzos del siglo XX, el prestigio de ciertas
sopranos de coloratura llevó a que el público exigiera para ese rol
tesituras más altas. Si por esta interpretación se pagaban quince mil
liras, se aumentaban a veinticinco mil con tal de que, en “Una voce poco
fa”, la cantante forzase su garganta hasta llegar al fa sobreagudo, lo
que no aparece en la partitura original. Esto lo hacía Elvira y,
efectivamente, el esfuerzo poco debió de beneficiarla. Había conseguido
llegar a altas cimas técnicas a los diecisiete años y, quizá, no supo
administrar su voz.



Elvira de Hidalgo-F0003 A
pesar de ello, sus triunfos se sucedieron con constancia durante los
años siguientes. En 1923 -año de las grandes exhibiciones de Fleta en el
Real madrileño- acompañó al tenor albalatino en Rigoletto. En el
londinense Covent Garden actuará en las temporadas de 1924 a 1926, año
en el que vuelve como estrella al Metropolitan neoyorquino. Su fuerte
pero agradable carácter hizo que los, habitualmente complicados, colegas
la respetaran en un mundo tan difícil para las relaciones humanas entre
divos como es el del bel canto. Ella fue quien convenció a un maduro
Chaliapin para cantar en el Liceo nada menos que Marina y se dice que en muy buen español.



  En cuanto a su vida personal, que siempre supeditó a la
vocación canora, Elvira se había casado en 1915 con Guido Zarabelli, del
que enviudó. A finales de los veinte repitió matrimonio. Esta vez con
Armando Bette, director del Teatro Nacional y del Casino de Ostende, que
había sido secretario de Clemenceau. Sin embargo, su sobrina-nieta
Montserrat Puch, que llegó a conocerla, aseguraba, en respuesta al
periodista Mario Sasot, que nunca se había casado.



 Aunque Elvira fue disminuyendo el número de sus actuaciones,
se mantuvo en escena hasta 1936, año en el que se retira para dedicarse
a la enseñanza en el conservatorio de Ankara. La invasión alemana la
sorprendió en Atenas, donde tenía un contrato temporal, y la obligó a
permanecer en la ciudad griega hasta el fin de la segunda contienda
mundial del pasado siglo. Así pues, Elvira permaneció siete años
ocupando la cátedra en el Odion Athenon, principal conservatorio de la
capital griega. Allí conocería a una joven de quince años, María
Kalogeropoulos, a la que decidió formar metódicamente hasta convertirla
en la más famosa artista del bel canto de la segunda mitad del siglo XX,
María Callas:  “Oí una verdadera cascada de sonidos, no enteramente
controlados. Cerré los ojos y me imaginé la joya que tenía que trabajar a
partir de aquel metal; moldearlo hasta la perfección”.



Elvira de Hidalgo con María Callas


 La escuela de la Hidalgo -a través de su
maestro en Milán, el barcelonés Melchor Vidal- provenía del que fue gran
pedagogo español del siglo XIX, Manuel García, muy vinculado a Rossini,
Bellini y Donizetti y padre de María Malibrán y Pauline Viardot, cuyas
bases técnicas y enseñanzas pasaron también a otros grandes cantantes y
profesores.



 Desde 1940 a 1945, María Callas cantaría en la Ópera de
Atenas bajo la observación y las orientaciones de Elvira. La diva griega
declaró que, con el único intervalo de una comida ligera, seguía las
clases desde las diez de la mañana hasta las ocho de la tarde. Además de
cantar, Elvira de Hidalgo le enseñó a vestirse, a moverse, a descubrir
las partituras y compositores olvidados y, sobre todo, a lograr
seguridad en sí misma, lo que era complicado con una personalidad tan
conflictiva como la de María Callas, que además heredó muchos de los
rasgos técnicos de su maestra, especialmente en la forma de acometer los
agudos y sobreagudos, que en el caso de Elvira eran de gran pureza.
Para quien guste de analizar estas influencias, hay un disco comparativo
en el que figuran las mismas arias cantadas por maestra y discípula.



  Según relataba Enrique Gastón, que preparó un guión para
televisión sobre la diva que no llegaría a realizarse, el director del
Teatro Comunale de Florencia, Francesco Siciliani, no podía creer que
una soprano etiquetada de coloratura hubiese preparado a una soprano
dramática como era la griega. María Callas aseguró a Siciliani que
Elvira de Hidalgo se lo había enseñado todo y que ella también podía
cantar coloratura, como demostró en Norma. Lo cierto es que, aun
derivando a lo personal, debo decir que su “Casta diva” es la más
emocionante que nunca he escuchado. Por su parte, uno de los habituales
directores de la Callas, Tulio Serafín, declaró que jamás se había
encontrado con una verdadera soprano dramática de coloratura, la clase
de cantante de la que se habla en los libros y métodos del siglo XIX. En
efecto, Elvira le inculcó la técnica de las soprano sfogato de
dicha centuria, aunque algunos de quienes oyeron a las dos afirman que
la Callas nunca alcanzaría la pureza de emisión de su maestra, quien
encauzó la trayectoria de su discípula recomendándola en 1945 al
tenor-empresario Giovanni Zenatello, con lo que dio inicio a su
brillante carrera internacional.



 En 1954 Elvira volvió a ocupar la cátedra del Conservatorio
de Ankara –en el que alumbraría a una nueva gran discípula, Leila
Gencer- aunque todavía acompañaba frecuentemente a laElvira de Hidalgo y María Callas en Verona
Callas en sus actuaciones, como sucedió al presentarse esta en el Liceo
barcelonés (1959). De hecho, la relación entre ambas fue prácticamente
de madre e hija, como se constata por las cartas -hace no mucho
subastadas- en las que la discípula cuenta a la maestra todos los
recovecos de su corazón, tras ser abandonada por su amante, el naviero
Onassis, en beneficio de Jacqueline Kennedy. Hubo ocasiones en que
cuando la Callas se encontraba lejos de Elvira, ésta le llegó a dar
clases por teléfono. En aquel mismo año 1959 la turolense se marchó a
Milán, donde el teatro de la Scala la nombró maestra única de canto en
su conservatorio, plaza que estaba vacante desde hacía tiempo porque no
se encontraba a nadie con la categoría necesaria. En esta ciudad
italiana murió el 21 de Enero de 1980.



 Si grande fue como cantante, también lo fue como actriz.
Constituyeron sus mejores cartas una magnífica técnica y grandes
facultades, unidas a esa enorme dosis de salero y gracia personal en el
escenario, que fascinaba a sus públicos. La magnitud de su importancia
nos la da el hecho de que en el diccionario de cantantes líricos de
Sagarmínaga, la de Elvira de Hidalgo es la entrada que más páginas
ocupa. Allí el autor hace un muy detallado análisis de sus
características técnicas, que puede consultar el dilettante.



 También falta en el caso de Elvira de Hidalgo -y esto es más
sangrante al tratarse de una primerísima figura, como lo fuera ella-
una reedición de su obra completa discográfica. Que no iba a ocupar más
de dos compactos, como los que a veces se dedican -y conste que me
parece muy bien- a exaltar una fiesta local. En efecto, son 42 las
grabaciones que Elvira llevó al disco, según Antonio Massísimo.
Reproduzco aquí, con su autorización, el fruto de sus investigaciones,
que constituye una novedad ya que es la primera vez que se publica.



 La discografía de Elvira abarca cuatro etapas:


  Milán. En el verano de 1908, un par de meses después de su
debut en Nápoles, dejaría cuatro registros operísticos para la Columbia
italiana en discos de una sola cara de 25 centímetros, con
acompañamiento de piano.



 Milán. De octubre de 1908 a octubre de 1909, 19 grabaciones Elvira de Hidalgopara
la Fonotipia (discos de cara doble de 27 centímetros), con
acompañamiento orquestal. Trece de ópera, incluyendo un dúo, con Antonio
Magín-Coletti; cuatro canciones españolas, una romanza de zarzuela y
una aria de bravura. Otras diez piezas serían rechazadas, al salir
defectuosas.



 Londres. En marzo de 1924, al tiempo que actuaba en el
Covent Garden, diez grabaciones para la Columbia inglesa (discos de
doble cara de 25 y 30 centímetros), con acompañamiento orquestal. Cinco
fragmentos operísticos, dos de zarzuela, dos canciones españolas y una
rusa.



   Atenas. De noviembre de 1933 a enero de 1934, nueve
registros para La Voz de su Amo griega, acompañada de piano: Seis cantos
helenos y tres españoles, incluyendo la rareza del Clavelitos, cantado en griego. Este Clavelitos,
que ha tenido numerosísimas versiones, no es la canción de tuna
universitaria compuesta por Galindo y Monreal sino la canción-pregón
andaluz con letra de José Juan Cadenas y música de Quinito Valverde.



  Los temas más repetidos en estas grabaciones son las romanzas operísticas de El barbero de Sevilla (5), Dinorah (4), Sonámbula (3); la  zarzuela, Las hijas del Zebedeo (2) y el citado Clavelitos (2).


   Todos estos discos gozaron de buena aceptación y fueron
reeditados en los Estados Unidos, Inglaterra, Italia y hasta Brasil o
Argentina, incluso en la época del disco de plástico. En 1924, la casa
Regal española publicó media docena de ellos. Desde entonces, nada.



   Un trabajo de investigación en marcha que la soprano
turolense María del Carmen Muñoz está llevando a cabo sobre la
valderrobrense puede ser un buen pretexto para que alguien –y ¿por qué
no en Aragón, que tan poco interés ha demostrado hasta ahora por su
figura?- se aprestara a remediar tan clamorosa carencia.



—————————


Las hijas del Zebedeo: http://www.youtube.com/watch?v=iuzX0Nuu_uE


Dinorah: http://www.youtube.com/watch?v=M61L74rU0XQ


Una voce poco fa: http://www.youtube.com/watch?v=O1bO8iEFulU


 La paloma: http://www.youtube.com/watch?v=GlI8TkOvsIE


Elvira de Hidalgo con guitarra


Felicidades en su cumpleaños (mañana) a Olga María, siempre
profesional, dedicada y, durante tantos años, emblema de la resistencia
del cuplé, junto a su madre, cuyos recuerdos guarda y defiende
devotamente. ¡Qué cumplas tantos como el cuplé! En su honor, cuelgo aquí
el breve texto -no podía pasar de medio folio- que redacté para su
entrada en el Diccionario Biográfico Español, cuyos últimos tomos acaban de aparecer.


Ramos, Olga María -Olga María Ramírez de Gamboa Ramos- Madrid, 19.XII.1947. Cupletista.


Ramos, Olga María_Emoción


Hija de la música y cupletista Olga Ramos (V. https://javierbarreiro.wordpress.com/2012/12/21/olga-ramos/)
y del compositor Enrique Ramírez de Gamboa “El Cipri”, vivió desde niña
el ambiente musical de los cafés-concierto e incluso llegó a formar con
cuatro amigas un conjunto musical, Las Akelas, que grabó un disco,
pero, encaminada por sus padres, cursó estudios de idiomas y trabajó
como azafata aérea durante un largo periodo. Separada de su marido en
1983, comenzó a actuar con su madre en el que fue famoso local “Las
noches del cuplé”en la madrileña calle de La Palma, desde 1985 hasta su
cierre en 1999. Desde entonces es una de las escasísimas artistas que
mantiene en pie el género con actuaciones tanto en España, como en muy
diversos lugares del mundo.



Con excelente presencia física, formación musical y preparada
culturalmente como para dar, además de recitales, conferencias sobre el
género, ha hecho numerosos programas de radio. Es también compositora y
letrista, autora de casi un centenar de composiciones registradas, y
posee una voz muy adecuada para el cuplé, con excelente afinación y rica
en matices. En junio de 2013 le fue concedido el Premio Antena de
Plata.



OBRAS


-De Madrid… al cuplé. Una crónica cantada, Madrid, Ediciones La Librería, 2001.


DISCOGRAFÍA


Madrid entre cuplés y canciones con Olga Ramos  (Crin Ediciones Musicales 1996),


De Madrid al cuplé (Dial Discos 2003),


De Madrid al Chotis (Dial Discos 2005)


BIBLIOGRAFÍA


-BARREIRO, Javier, “Voz” Ramos Ramírez de Arellano, Olga María”, Diccionario biográfico español. Tomo XL, Madrid, Real Academia de la Historia, 2013.


-RÍO, Ángel del, “Prólogo” a De Madrid… al cuplé. Una crónica cantada, Madrid, Ediciones La Librería, 2001.


https://www.youtube.com/watch?v=zuwdc1KNJ6M


http://www.youtube.com/watch?v=b6Z8sk-5WMI


http://www.youtube.com/watch?v=S0iSG58pxKs


Ramos, Olga María