EN LA MUERTE DE JOSÉ EMILIO PACHECO: “LOS TRABAJOS DEL MAR”
Publicado: enero 27, 2014 en Artículos, Literatura
Etiquetas:Muertes accidentales, Premio Cervantes
Leo que ha muerto el poeta mejicano José Emilio Pacheco, Premio
Cervantes 2009 pero más conocido en este país porque se le caían los
pantalones en la entrega de dicho premio, por unos tirantes mal
ajustados. Cuentan que la causa de su muerte fue un golpe en la cabeza
que se propinó al tropezar con los libros apilados en su estudio. A los
que acumulamos tales inutilidades, enseguida nos sobreviene el
pensamiento de que así terminaremos nosotros. Sea como sea, me acuerdo
que hace unos años de nada le dediqué una reseña a su libro Los trabajos del mar y aquí la recupero.

Nadie ignora que en los tiempos que nos contemplan todo lo que trascienda algún ribete de ternura, sentimentalismo o humanidad,
en el sentido más ramplón de la palabra, resulta anómalo, exhala un
tufillo de moralina voluntarista, está –en dos palabras- mal reputado.
Lo que ni me parece bien ni me parece mal. Lo de ir con el corazón en la
mano siempre da un poco de risa, y a mí el primero. Como también me
produce alguna hilaridad –entreverada, a veces, de estupefacción, es
cierto- la eclosión de mediterraneísmo, mitología de manual (¡ah, la
otra, que pocos servidores congrega!) y sensualismo de pacotilla que
encontramos en las trochas que desanda actualmente nuestra poesía más
jaleada.
Por eso, este libro de José Emilio Pacheco, que apareció ya hace
algunos meses y en el que fluyen con no exiguo caudal las pulsiones del
alma que arriba se citaron, ha sido, probablemente, poco considerado.
En la espléndida tradición de la poesía mejicana –no va por
ti, Aridjis- Pacheco (1939) ocupa desde hace varios años un sitial
indiscutible. Y disculpe por las palabras delicuescentes pero, a veces,
encasquetarse el birrete de dómine y proferir trivialidades ejerce su
efecto. Lo que bien debe saber este poeta que, a menudo, se trasviste
–no sé si malgré lui- de moralista y resulta un algo espeso. Son las
menos. No es esta, desde luego, una poesía que deslumbre por su fulgor,
no es Pacheco un bardo adscrito a la llamada “poética del silencio”,
que, sutilmente, prorrumpa y cale. Sus poemas no explotan con fuerza en
las fauces ni abrasan con un contenido fuego la entraña de quien los
aborda.
Pacheco, que, por voluntad, formación y contexto, asume el
culturalismo y el rasgueo cernudiano frecuente en la última poesía
mejicana, se mueve entre la aguda precisión guilleniana y y el solidario
patetismo de Vallejo. De los abismos de este último le salva su
literaturización, que no su distanciamiento. El mejicano juega con
heterónimos, se apoya en textos de otros colegas, juguetea y se entrega
al pastiche, fiel a su convicción: la inexistencia de originalidad
poética. Leal a la ya vieja propuesta del protagonismo que en el poema
asume cada lector. Un imprescindible polvoreo irónico completa la tarta.
Tal vez cercano a Borges y Barth en la desconfianza sobre las
posibilidades combinatorias del lenguaje, el escritor siembra
literatura, tautologiza el referente. De ahí su defensa del anonimato,
su renuncia a participar en la irrisoria feria de vanidades que se le
ofrece al escritor exitoso. Actitud que se vincula a su desprecio a
cualquier forma institucional. Su pertinaz acoso al Poder recuerda al
mejor Hinostroza: “No hay nadie que del Poder salga ileso”. O,
apoyándose en Saint-Just: “El arte de gobernar no ha producido sino
monstruos” Este énfasis aforístico se redime por la deliberada
precariedad de este no-aspirante a salvador. El poeta comparte con
Hobbes el criterio de que la vida es breve, brutal y sombría. Y, aun
así, o por eso, no hay ningún mal que pueda serle/sernos ajeno.
Publicado, con el título de “Por la unánime filantropia”, en El Día, 9-XII-1984.

Cervantes 2009 pero más conocido en este país porque se le caían los
pantalones en la entrega de dicho premio, por unos tirantes mal
ajustados. Cuentan que la causa de su muerte fue un golpe en la cabeza
que se propinó al tropezar con los libros apilados en su estudio. A los
que acumulamos tales inutilidades, enseguida nos sobreviene el
pensamiento de que así terminaremos nosotros. Sea como sea, me acuerdo
que hace unos años de nada le dediqué una reseña a su libro Los trabajos del mar y aquí la recupero.
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Nadie ignora que en los tiempos que nos contemplan todo lo que trascienda algún ribete de ternura, sentimentalismo o humanidad,
en el sentido más ramplón de la palabra, resulta anómalo, exhala un
tufillo de moralina voluntarista, está –en dos palabras- mal reputado.
Lo que ni me parece bien ni me parece mal. Lo de ir con el corazón en la
mano siempre da un poco de risa, y a mí el primero. Como también me
produce alguna hilaridad –entreverada, a veces, de estupefacción, es
cierto- la eclosión de mediterraneísmo, mitología de manual (¡ah, la
otra, que pocos servidores congrega!) y sensualismo de pacotilla que
encontramos en las trochas que desanda actualmente nuestra poesía más
jaleada.
Por eso, este libro de José Emilio Pacheco, que apareció ya hace
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algunos meses y en el que fluyen con no exiguo caudal las pulsiones del
alma que arriba se citaron, ha sido, probablemente, poco considerado.
En la espléndida tradición de la poesía mejicana –no va por
ti, Aridjis- Pacheco (1939) ocupa desde hace varios años un sitial
indiscutible. Y disculpe por las palabras delicuescentes pero, a veces,
encasquetarse el birrete de dómine y proferir trivialidades ejerce su
efecto. Lo que bien debe saber este poeta que, a menudo, se trasviste
–no sé si malgré lui- de moralista y resulta un algo espeso. Son las
menos. No es esta, desde luego, una poesía que deslumbre por su fulgor,
no es Pacheco un bardo adscrito a la llamada “poética del silencio”,
que, sutilmente, prorrumpa y cale. Sus poemas no explotan con fuerza en
las fauces ni abrasan con un contenido fuego la entraña de quien los
aborda.
Pacheco, que, por voluntad, formación y contexto, asume el
culturalismo y el rasgueo cernudiano frecuente en la última poesía
mejicana, se mueve entre la aguda precisión guilleniana y y el solidario
patetismo de Vallejo. De los abismos de este último le salva su
literaturización, que no su distanciamiento. El mejicano juega con
heterónimos, se apoya en textos de otros colegas, juguetea y se entrega
al pastiche, fiel a su convicción: la inexistencia de originalidad
poética. Leal a la ya vieja propuesta del protagonismo que en el poema
asume cada lector. Un imprescindible polvoreo irónico completa la tarta.
Tal vez cercano a Borges y Barth en la desconfianza sobre las
posibilidades combinatorias del lenguaje, el escritor siembra
literatura, tautologiza el referente. De ahí su defensa del anonimato,
su renuncia a participar en la irrisoria feria de vanidades que se le
ofrece al escritor exitoso. Actitud que se vincula a su desprecio a
cualquier forma institucional. Su pertinaz acoso al Poder recuerda al
mejor Hinostroza: “No hay nadie que del Poder salga ileso”. O,
apoyándose en Saint-Just: “El arte de gobernar no ha producido sino
monstruos” Este énfasis aforístico se redime por la deliberada
precariedad de este no-aspirante a salvador. El poeta comparte con
Hobbes el criterio de que la vida es breve, brutal y sombría. Y, aun
así, o por eso, no hay ningún mal que pueda serle/sernos ajeno.
Publicado, con el título de “Por la unánime filantropia”, en El Día, 9-XII-1984.
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GUILLERMO OSORIO. VIDA Y OBRAS
Publicado: enero 13, 2014 en Literatura
Etiquetas:Adelaida Las Santas, Alejandro Carriedo, Bohemia, Cuenca, Eduardo Alonso, Generación del Café Varela, Guillermo Osorio, Librería Antígona, Libros del Innombrable, Manuel Alcántara, Manuel Martínez Remis, Sonetos
El miércoles 15 de enero, a las 19.45 h. se presenta mi edición de las Obras
de Guillermo Osorio (Ed. Libros del Innombrable) en la Librería
Antígona de Zaragoza. Incluyo aquí la solapa, con noticias biográficas
de este insólito escritor, descartado por la literatura oficial. Y,
también, la contraportada, con un breve comentario de su sorprendente
obra.

BIOGRAFÍA
Guillermo Osorio (Cuenca, 22-11-1918 / Madrid, 27-12-1982),
escritor semisecreto, último de los verdaderos bohemios, borracho
inveterado del vino de las tabernas y personaje angélico, las pocas y
raras obras de este poeta y cuentista son casi desconocidas. Tampoco
sabemos mucho de los primeros años de su vida. Tras estudiar en el
Instituto de su ciudad, se vio arrebatado por la guerra y adscrito a una
unidad de tanques del ejército republicano, que lo marcó decisivamente.
Tras el paso por los campos de prisioneros franceses, volvió a España,
donde hubo de padecer cárcel y campo de concentración. Rechazado por su
ciudad natal, en 1950 se instaló en Madrid y comenzó su vida
peripatética y deambulante, de taberna en
taberna,
de tertulia en tertulia, al tiempo que escribía impresionantes sonetos y
un puñado de cuentos que hasta 1960 no pudo recoger en libro, El bazar de la niebla.
Su ángel guardián fue una estrambótica poetisa y periodista, Adelaida
Las Santas, con la que casó en 1955, que le dio acogida y fue
solucionando los problemas cotidianos, a pesar de que él siempre siguió
viviendo de noche y jamás tuvo medios de subsistencia.
Perteneciente a la olvidada generación etílica del café Varela,
donde estuvieron sus mejores amigos (Manuel Alcántara, Eduardo Alonso,
Manuel Martínez Remis, Alejandro Carriedo…), que siempre lo recordaron
como alguien entrañable, sólo se daría a conocer en recitales conjuntos y
revistas literarias de poca circulación. No obstante, tras la edición
de su primer libro de cuentos no volvió a publicar hasta que su mujer
fundara en 1980 la colección Aguacantos, destinada a acoger la obra del
poeta, que sólo vería editados otros dos muy breves libros en vida, Veinticinco sonetos y El perro azul. Cuentos (1981). Los últimos, Río de los peces (1984) y Guillermo Osorio 10 años después (1993), fueron publicados póstumamente.
A finales de 1982 Guillermo Osorio moriría al caer sobre una
estufa
encendida, tras sufrir un paro cardiaco. Manuel Alcántara escribiría en
su necrológica: “…pertenecía a otro lugar del que tenía permanente
nostalgia; por no sé qué azar afortunado, pasó su destierro entre
nosotros (…) Es todo lo que sabemos de él. Eso y que ha muerto, después
de haber consumido gloriosamente algunas cosechas de vino tinto y de
haber escrito veintitantos sonetos prodigiosos”.
LA OBRA
Guillermo Osorio ha trascendido fundamentalmente por lo
pintoresco de su alcohólica vida y como autor de extraordinarios sonetos
de corte casi quevedesco, que no vieron la luz en volumen hasta 1980, y
de un puñado de cuentos oníricos, que se mueven en las fronteras del
absurdo, el delirium tremens y el humor.
Se recoge en este volumen la totalidad de la obra publicada por el
escritor conquense compuesta por dos libros de cuentos y tres muy
breves entregas poéticas. Sus 25 sonetos ostentan una límpida
perfección formal lo que, unido a su equilibrio expresivo y sus
hallazgos lingüísticos, que nunca retuercen el sentido o la sintaxis,
nos proporciona la inflexión justa de la emoción con que están
concebidos y transmiten de modo tan intenso. El destino, la muerte, la
condena fatal de la tristeza dan paso a un escepticismo humanista que,
si encuentra un atisbo de salvación, es en uno de los temas eternos de
la poesía: la integración con la naturaleza. Río de los peces y
Guillermo Osorio 10 años después recogen poemas dispersos y desiguales
pero donde se puede encontrar la gracia alada y la profusa melancolía
que caracterizan al poeta de Cuenca.
Los cuentos de El bazar de la niebla y El perro azul
parecen basarse en los agitados sueños que, probablemente, le deparara
el alcohol. Una situación cotidiana en la que, de pronto e
inesperadamente, aparece un elemento distorsionador de la realidad, que
da lugar a visiones entrecortadas en las que se alternan lo macabro y lo
ingenuo, lo horripilante y lo banal. Los símbolos de transformación
junguianos y la llamada literatura del absurdo, casi contemporánea a la
vida literaria de Guillermo, junto a algunas reminiscencias
surrealistas, son los elementos que aparecen más cercanos a estos
relatos en los que una serie de acontecimientos inquietantes y, a
menudo, gratuitos, se suceden vertiginosamente como en los delirios
febriles, y alternan espanto y humor.

de Guillermo Osorio (Ed. Libros del Innombrable) en la Librería
Antígona de Zaragoza. Incluyo aquí la solapa, con noticias biográficas
de este insólito escritor, descartado por la literatura oficial. Y,
también, la contraportada, con un breve comentario de su sorprendente
obra.
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BIOGRAFÍA
Guillermo Osorio (Cuenca, 22-11-1918 / Madrid, 27-12-1982),
escritor semisecreto, último de los verdaderos bohemios, borracho
inveterado del vino de las tabernas y personaje angélico, las pocas y
raras obras de este poeta y cuentista son casi desconocidas. Tampoco
sabemos mucho de los primeros años de su vida. Tras estudiar en el
Instituto de su ciudad, se vio arrebatado por la guerra y adscrito a una
unidad de tanques del ejército republicano, que lo marcó decisivamente.
Tras el paso por los campos de prisioneros franceses, volvió a España,
donde hubo de padecer cárcel y campo de concentración. Rechazado por su
ciudad natal, en 1950 se instaló en Madrid y comenzó su vida
peripatética y deambulante, de taberna en
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de tertulia en tertulia, al tiempo que escribía impresionantes sonetos y
un puñado de cuentos que hasta 1960 no pudo recoger en libro, El bazar de la niebla.
Su ángel guardián fue una estrambótica poetisa y periodista, Adelaida
Las Santas, con la que casó en 1955, que le dio acogida y fue
solucionando los problemas cotidianos, a pesar de que él siempre siguió
viviendo de noche y jamás tuvo medios de subsistencia.
Perteneciente a la olvidada generación etílica del café Varela,
donde estuvieron sus mejores amigos (Manuel Alcántara, Eduardo Alonso,
Manuel Martínez Remis, Alejandro Carriedo…), que siempre lo recordaron
como alguien entrañable, sólo se daría a conocer en recitales conjuntos y
revistas literarias de poca circulación. No obstante, tras la edición
de su primer libro de cuentos no volvió a publicar hasta que su mujer
fundara en 1980 la colección Aguacantos, destinada a acoger la obra del
poeta, que sólo vería editados otros dos muy breves libros en vida, Veinticinco sonetos y El perro azul. Cuentos (1981). Los últimos, Río de los peces (1984) y Guillermo Osorio 10 años después (1993), fueron publicados póstumamente.
A finales de 1982 Guillermo Osorio moriría al caer sobre una
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encendida, tras sufrir un paro cardiaco. Manuel Alcántara escribiría en
su necrológica: “…pertenecía a otro lugar del que tenía permanente
nostalgia; por no sé qué azar afortunado, pasó su destierro entre
nosotros (…) Es todo lo que sabemos de él. Eso y que ha muerto, después
de haber consumido gloriosamente algunas cosechas de vino tinto y de
haber escrito veintitantos sonetos prodigiosos”.
LA OBRA
Guillermo Osorio ha trascendido fundamentalmente por lo
pintoresco de su alcohólica vida y como autor de extraordinarios sonetos
de corte casi quevedesco, que no vieron la luz en volumen hasta 1980, y
de un puñado de cuentos oníricos, que se mueven en las fronteras del
absurdo, el delirium tremens y el humor.
Se recoge en este volumen la totalidad de la obra publicada por el
escritor conquense compuesta por dos libros de cuentos y tres muy
breves entregas poéticas. Sus 25 sonetos ostentan una límpida
perfección formal lo que, unido a su equilibrio expresivo y sus
hallazgos lingüísticos, que nunca retuercen el sentido o la sintaxis,
nos proporciona la inflexión justa de la emoción con que están
concebidos y transmiten de modo tan intenso. El destino, la muerte, la
condena fatal de la tristeza dan paso a un escepticismo humanista que,
si encuentra un atisbo de salvación, es en uno de los temas eternos de
la poesía: la integración con la naturaleza. Río de los peces y
Guillermo Osorio 10 años después recogen poemas dispersos y desiguales
pero donde se puede encontrar la gracia alada y la profusa melancolía
que caracterizan al poeta de Cuenca.
Los cuentos de El bazar de la niebla y El perro azul
parecen basarse en los agitados sueños que, probablemente, le deparara
el alcohol. Una situación cotidiana en la que, de pronto e
inesperadamente, aparece un elemento distorsionador de la realidad, que
da lugar a visiones entrecortadas en las que se alternan lo macabro y lo
ingenuo, lo horripilante y lo banal. Los símbolos de transformación
junguianos y la llamada literatura del absurdo, casi contemporánea a la
vida literaria de Guillermo, junto a algunas reminiscencias
surrealistas, son los elementos que aparecen más cercanos a estos
relatos en los que una serie de acontecimientos inquietantes y, a
menudo, gratuitos, se suceden vertiginosamente como en los delirios
febriles, y alternan espanto y humor.
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ANTONIO DE VALBUENA, AZOTE DE POETAS RIPIOSOS
Publicado: enero 8, 2014 en Artículos, Literatura
Etiquetas:Carulla, Cánovas del Castillo, Curros Enríquez, Diccionario de la Real Academia, Emilia Pardo Bazán, General, Grilo, José María de Cossío, Manuel Cañete, Menéndez y Pelayo, Real Academia Española de la Lengua, Ripios, Rubén Darío, Vilarot
Publicado en Oscura turba de los más raros escritores españoles, Zaragoza, Xordica, 1999, pp. 231-243. Actualizo la bibliografía.
¿Cómo no sucumbir a la tentación de adquirir un libro que se titula Ripios académicos
y en el que al primer vistazo se verifica que allí se pone como no
digan dueñas a dómines que uno ya tenía enfilados como Echegaray o
Mariano Catalina? Al joven que uno era -de veinte y muy pocos años y
todavía más provisto de iconoclastia que la usual en tales edades y
calendas- le extrañó, pero no le arredró, la protesta final que
pronto comprobó se reproducía en todos los libros de Valbuena: “Si
alguna cosa apareciese en este libro contraria a la fe católica o a las
buenas costumbres, téngase por no escrita”. Por lo mismo, le sorprendió
que anduviese por allí, igualmente sacudido, Menéndez y Pelayo. El
joven, aunque ya sabía que el mundo era muy raro y le parecía bien,
tenía con don Marcelino, la mosca detrás de la oreja: ¿Cómo un
superdotado como él -que en los Heterodoxos nos proporcionaba
interminable pasto para lecturas estrambóticas e incendiarias, que en la
Historia de las ideas estéticas había logrado con unas pocas
líneas hacerle entender a Kant o Hegel, cosa que no había conseguido con
cuatro cursos de filosofía entre el Bachillerato y la Facultad y que,
además, era sedicentemente borracho y mujeriego- podía ser reaccionario?
Cosas que pasan.
Resulta que don Marcelino también escribía poesías y en este
libro de Valbuena se ponían las cosas en su sitio. Por cierto, que el
santanderino, atufado por los venablos del catón leonés aunque
reconociendo indirectamente su valía, en una ocasión manifestó que no
escribiría la historia de la sátira en España por no nombrar a Valbuena y
que se iba a fastidiar porque él dejaría treinta volúmenes y el otro
cuatro libelos. A lo que Valbuena respondió por escrito con la sensatez
que siempre le caracterizó: “sosiégate y deja todos los volúmenes que
quieras pero convéncete de que más te valdría no dejar éste de los
versos”.
Cuando uno empezaba a hincar el diente en las páginas de los
Ripios, la lectura se hacía carcajada. Experiencia que se repetía con
cualquier macho o hembra que hojeara el libro cosa que, luego me enteré,
también sucedía al autor a la hora de escribirlos. Como en la
contraportada apareciesen otras muchas obras de Valbuena, se convirtió
desde entonces en uno de mis autores buscados aunque tardé muchos años
en encontrar algún contemporáneo que hubiese escrito acerca de él.
¿Quién era este elemento jocundo, tradicionalista a machamartillo, solterón y regeneracionista a su modo?

Había nacido (1844) en Pedrosa del Rey donde -son sus
palabras- “nadie podía ser vecino sin ser noble”. Ingresado a los quince
años en el seminario de León, ya desde allí empezó a publicar versos
sagrados y profanos en los periódicos leoneses. Para los últimos
estampaba el seudónimo de Juan Paseante. Más tarde emplearía también los
de Venancio González y Miguel de Escalada, tal vez para contrarrestar
el apelativo que los demás le aplicaban, Melladín de Pedrosa,
motivado por una brecha de nacimiento en el labio inferior -lo mismo le
sucedía a su antípoda ideológico, José Nakens- a lo que acompañaba unos
dientes ratoneros, peculiaridad física que no se olvida de resaltar
alguno de los vates por él vapuleados. En justa correspondencia, porque
Valbuena no detenía su crítica en lo estético o gramatical sino que,
cuando a mano venía, derivaba hasta lo personal.
En 1865 deja el seminario y funda El Fénix y Pero-Grullo,
antes de trasladarse a Madrid para estudiar leyes. Como primera
publicación ya había dejado en 1866 un folleto con poesías a la Virgen
publicado por la Academia Bibliográfica Mariana de Lérida.

Al estallar la revolución de 1868 polemiza virulentamente desde la prensa tradicionalista y publica Sursum corda!,
un folleto vibrante y arengatorio en defensa de sus posiciones. Ante el
cariz que toman los acontecimientos se traslada a su pueblo y en 1870 a
Vitoria donde su hermano mayor, José, es lectoral de la Catedral y
persona de gran relevancia social. Allí ejercerá los cargos de
presidente de la Juventud Católica, secretario del Círculo Carlista y
director de La Buena Causa, periódico más que montaraz. Las
campañas desarrolladas en éste le valen un breve destierro, lo que no
obsta para que se licencie en Derecho Civil y Canónico en la Universidad
Libre de Vitoria.
Vuelve a su pueblo natal para ejercer de abogado pero,
pronto, deja el bufete para dedicarse a la defensa del Trono y el Altar y
al ataque de cualquier mojón que huela a liberalismo o progreso. Sus
dos intentos de salir como diputado fracasan pero, desatada la última
guerra carlista, se alista como
voluntario
en las fuerzas del general Villalot y llega a ocupar el cargo de
Auditor General del Ejército. Tras la derrota definitiva en febrero de
1876 ha de exilarse pero, cuando regresa a los pocos meses, los
revolcones no han variado un ápice sus convicciones ni su pugnaz modo de
defenderlas. En 1877 vuelve a las Vascongadas para dirigir en Bilbao La Voz de Vizcaya.
El periódico es clausurado por la autoridad, amparada en el estado de
sitio que todavía se encuentra vigente en estas provincias.
En 1878 comienza su colaboración en El Siglo Futuro.
Su tan virulenta como ingeniosa sección “Política menuda” aumenta en
progresión geométrica los lectores del periódico por lo que, cada vez,
Valbuena ocupa más espacio en sus páginas hasta casi monopolizarlo.
Colaborará después en El Progreso. Allí comienza a publicar su
primera serie de Ripios, los Aristocráticos, donde baquetea
inmisericorde a quienes amparados en títulos -con una especial
predilección por los marqueses- se dedican a requerir a las musas y a
perpetrar versos infames. La muelle vida de estos sujetos y el
reconocimiento y sumisión que su mera presencia inspira les hace todavía
más confiados en el aroma de sus ventosidades poéticas pero no cuentan
con que allí aparecerá el justiciero Valbuena para dejar las cosas en su
lugar. Nadie lo hubiera esperado de tan contumaz servidor del viejo
régimen y él mismo, por medio de su editor, se ve en el deber de aclarar
el asunto en el prólogo al libro que recoge buena parte de los ripios
que ha ido publicando en El Progreso:
libro alcanzó siete ediciones, amén de varias fraudulentas en América, y
dio a Valbuena la pauta de por dónde podía encauzar su pluma tan
satírica como severa. Y ¿dónde mejor que en la Real Academia Española,
poblada de tan campanudas medianías, iba a encontrar más apetitoso
pasto? Por otra parte, desde 1885 colaboraba en Los lunes del Imparcial, lo que le daba ya carta definitiva de crítico prestigioso. Fue allí donde comenzó a publicar su Fe de erratas del nuevo Diccionario de la Real Academia (1891)
que, luego, como libro, alcanzaría hasta doce ediciones. Como sus
comentarios, tan malévolos como sensatos, le valieron, como era
esperable, contraataques e inquinas de los tan poseídos de sí mismos
académicos de la época, Valbuena, que se crecía en el castigo, publicó
en 1891 los antedichos Ripios académicos.
Allí arremete -y con motivo- contra prebostes tan prestigiosos como
Alejandro Pidal, José Echegaray, Juan Valera, Antonio Cánovas, Víctor
Balaguer o Núñez de Arce, además de los citados arriba y otros menos
recordados hoy. El lector, aparte de carcajearse inconteniblemente con
las citas y comentarios que Valbuena hace de los poetastros, no puede
menos que estar de acuerdo con la inmensa mayoría de sus apreciaciones.
Aparece también allí Manuel Cañete que fue quizá el blanco preferido de
sus venenosos dardos. A don Manuel se le había ocurrido defender a
cierto poeta atacado en los Ripios aristocráticos
lo que le valió a partir de entonces ser vapuleado por Valbuena,
viniese o no a cuento. Incluso lo había incluido, bajo el marbete de Paréntesis. Para Cañete, en este último libro, que fue el primero de los suyos de la vertiente satírica.
Para que no se le tildara de maniqueo, en 1891 publica Ripios vulgares donde pasa revista a varios vates escogidos entre lo
más
estéticamente vetusto de la época, que no era poco. Recordemos que,
quién sabe si aplastado por su abundancia o con un íntimo regodeo,
Cossío incluyó un epígrafe de “Poetas viudos” en su mamotreto sobre la
poesía del XIX. En esta nueva entrega de Valbuena aparecen, pues, gentes
tan denostadas como Grilo o el pintoresquísimo Carulla, autor de La Biblia en verso.
No faltan invectivas contra sus bestias negras: Cánovas y Cañete,
aunque a éste se le aplica la férula en cabeza ajena. Concretamente, en
la de Carlos Fernández “admirador de Cañete” a quien se le dedica mayor
número de capítulos -tres- que a ningún otro de los fustigados en el
libro. Naturalmente, no perdona a los poetas con veleidades liberales:
Curros Enríquez figura aquí para ser aplastado a causa de un nefando
soneto que tuvo la ocurrencia de dedicar a la ciudad de Aveiro.
Entretanto, iba publicando otros libros ensayísticos,
críticos o narrativos que, sin ser aviesos, no incrementan su gloria
literaria. Fracasado en su carrera política, no cejó, en cambio, en su
labor de acometer mejoras para su tierra en el campo de las
infraestructuras, terreno en el que logró notables éxitos por lo que fue
reconocido por su coterráneos ya que nunca le movieron intereses
personales. Soltero y pudiendo vivir con cierta holgura de sus
publicaciones y de sus rentas, vertió todas sus energías en tales
empresas beneméritas que contrastaban con su imagen literaria -jocunda
pero feroz- a la que tan bien venían las polémicas en las que se
enredaba: la Pardo Bazán, el mentado Cañete, Cejador, Gutiérrez Nájera,
Julio Casares, Menéndez y Pelayo, Manuel Silvela… Fuese por razones
ideológicas o estéticas, lo suyo era meter caña.
No se crea que su férula de dómine, aunque le granjeara odios
africanos, no fue apreciada incluso -también la masoquista es condición
humana- por quienes la sufrieron. Ya se vio el reconocimiento indirecto
de don Marcelino y lo mismo podríamos decir de doña Emilia que califica
así la escritura de don Antonio: “encantador desafeite del estilo (…),
sabor neto y puro del lenguaje (…), dechado de naturalidad y frescura
popular”. Viniendo esto de quien había sido repetidamente mortificada
por él, en especial desde que se le ocurrió escribir que las garduñas
volaban, la cosa tiene mayor mérito. Veamos un fragmento de los muy
numerosos dedicados a la condesa en Des-trozos literarios:
último medio siglo han dedicado algún trabajo a Valbuena, explican en
parte su éxito popular -fue junto a Clarín el crítico más leído y temido
de su época- por su ausencia de respeto para arremeter contra los
consagrados. Y a fe que lo hizo. Entre 1893 y 1902 publica cuatro tomos
(“montones” los llama él) de Ripios ultramarinos donde se ocupa
de no dejar títere con cabeza en la poesía hispanoamericana: además de
los muchos que la historia ha colocado en su olvidable lugar, se ocupa
de machacar a otros, hoy situados en el Olimpo de las antologías
generales, como Gutiérrez Nájera, Jorge Icaza, Miguel Antonio Caro,
Rafael Obligado, Juan José Tablada, Salvador Díaz Mirón o Andrés Bello.
No se priva ni siquiera de ocuparse de Rubén Darío en los montones
primero y tercero:
Se podrá decir que Valbuena fue muchas veces injusto y
picajoso, pero casi siempre ofició de sensato. Aún se descolgó en 1910
con el último de sus libros de crítica, Corrección fraterna,
donde no se limita a los versos sino que en sus postreros coletazos,
encuentra un blanco tan fácil como Unamuno sin que abandone su antigua
propensión aversiva -si vale el oxímoron- hacia doña Emilia. Veamos
alguna muestra de como trata al soberbio y campanudo vizcaíno:
de páginas. Clarín, en muy diversas ocasiones, el Padre Blanco García,
Azorín… alabaron también los escritos de Valbuena que, según todos los
indicios era una buena persona que sólo se investía de fiereza cuando
cogía la pluma para defender la causa de lo que él creía buena gramática
pero nunca se percibe en él la saña que ocasionalmente muestran otros
autores más o menos contemporáneos (Astrana, Adolfo de Castro, Bonafoux,
el mismo Clarín…) cuando entran en polémica. Gómez Carrillo y Soiza
Reilly se habían hecho a la idea de un ogro y cuando le entrevistaron
vieron a un hombre sencillo, bondadoso y amable. Escribe este último
hacia 1907:
intransigente,
de una severidad en lo religioso que se aplicaba a sí mismo hasta
llegar al celibato. Su integrismo no le impidió polemizar con obispos a
los que, naturalmente, tampoco otorgaba el derecho de publicar malos
versos. Hombre de otra época, en suma, supo darse cuenta a tiempo e ir
retirándose de la actividad pública. Vuelto a su pueblo, pasó sus
últimos años trabajando para mejorar las condiciones de vida de sus
paisanos. En 1922 fue nombrado cronista oficial de la provincia de León y
murió en 1929.
De cultura enciclopédica, con alrededor de treinta libros en
su haber, con un epistolario -publicado fragmentariamente por J. F.
Botrel- que contiene una más que interesante correspondencia con
Rodríguez Marín, Clarín, Sinesio Delgado, Zorrilla o Castelar, Valbuena
es otro castigado por la contemporaneidad que suele asimilar lo
pintoresco a lo inane. Sus libros nos aguardan con un quintal de
bienhumorada y severa prosa, con ardor justiciero ante el figurón
poseído de sí mismo, con la atracción que suscitan los cachivaches
arrumbados en el desván desde hace muchos lustros y que, en el cotarro
literario, han sido sustituidos por una acaponada cerámica de Lladró.
OBRAS
–Odas y suspiros. Poesías a la Virgen, Lérida, Academia Bibliográfica Mariana, 1866.
–Historia del corazón (idilio), Madrid, 1878.
–Ripios aristocráticos, Madrid, Tipografía Hispanoamericana, 1883.
–Fe de erratas del nuevo Diccionario de la Academia Madrid, La España Editorial, 1887-1896, 4 tomos.

–Ripios académicos, Madrid, La España Editorial, 1888 (4.ª ed. aum., Madrid, Imprenta del Asilo de Huérfanos del Sagrado Corazón de Jesús, 1912).
–José Zorrilla, estudio crítico-biográfico, Madrid, Establecimiento tipográfico de R. Fe, 1889.
-Ripios vulgares, Madrid, La España Editorial, 1891.
-Capullos de novela, Madrid, La España Editorial, 1891.
-Agridulces políticos y literarios (3 tomas), Madrid, La España Editorial, 1892-1893.
–Ripios ultramarinos (4 montones), Madrid, Librería General de Victoriano Suárez, 1893, 1894, 1896 y 1902.

–Novelas menores, Madrid, Librería de Victoriano Suárez, 1895.
–Cuentos de barbería aplicados a la política (con Enrique Hernández, Madrid, Imprenta de Enrique Fernández de Rojas, Madrid, 1895.
Agua turbia, Madrid, Librería General de Victoriano Suárez 1899.
–Des-Trozos literarios, Madrid, Librería General de Victoriano Suárez, 1899.
–Rebojos (Zurrón de cuentos humorísticos), Madrid, Librería General de Victoriano Suárez, 1901.
–Sobre el origen del río Esla, Madrid, Imprenta y Litografía del Depósito de la Guerra, 1901.
–Parábolas, Madrid, Librería General de Victoriano Suárez, 1903.
–Ripios geográficos, Madrid, Librería General de Victoriano Suárez, 1905.
-Notas gramaticales. El La y el Le, Madrid, Imprenta del Asilo de Huérfanos 1910.
–Corrección fraterna, Madrid, Imprenta del Asilo de Huérfanos, 1910.
-Caza mayor y menor (no hay metáfora), Madrid, Tipografía de los hijos de Tello, 1913.
–Obras completas, Madrid, Imprenta del Asilo de Huérfanos del Sagrado Corazón de Jesús, 1912-1914.
–Valbuena y sus poesías, ed. de F. de la Cuesta, León, Folletón de El Diario de León, 1944-1945.

–Prosa crítica de Antonio de Valbuena, ed. de N. Algaba Pacios, León, Diputación Provincial de León-Instituto Leonés de Cultura, 2001.
BIBLIOGRAFÍA
-ALGABA PACIOS, María N., “La singularidad del leonés
Antonio Valbuena en la cronología noventayochista”, en E. de Diego
García y J. Velarde Fuertes (coords.), Castilla y León ante el 98, Valladolid, Consejería de Educación y Cultura, 1999, pags. 309-326.
-BARREIRO, Javier, “Antonio de Valbuena, azote de poetas ripiosos”, en Oscura turba de los más raros escritores españoles, Zaragoza, Xordica, 1999, pags. 229-243.

-, Voz, “Valbuena en Diccionario Biográfico Español, Vol. XLVIII, Madrid, Real Academia de la Historia, 2013, pp. 871-872.
-BOTREL, Jean-François (compilador), “Cartas a Antonio de Valbuena, ‘Miguel de la Escalada'”, Tierras de León nº 42, T. XXI (1981), pags. 99-110.
-BOTREL, Jean François, “Antonio de Valbuena y la novela de edificación (1879-1903)”, en Tierras de León: Revista de la Diputación Provincial, vol. 24, n.º 55 (1984), pags. 131-144.
-, “Antonio de Valbuena et la langue espagnole: critique et démagogie”, en Bulletin hispanique, vol. 96, n.º 2 (1994), pags. 485-496.
-CLARÍN, Paliques (aparece en varios de ellos).
-CUESTA, Filemón de la, Valbuena y sus poesías, León, Folletón de El Diario de León, 1944-1945.
-DOMÍNGUEZ DEL HOYO, José María, “Antonio de Valbuena”, Revista Comarcal Montaña de Riaño nº 7, diciembre 2002,
-FRAY MORTERO (Manuel Fraile Miguélez), Cascotes y machaqueos. Pulverizaciones a Valbuena y a Clarín, Madrid, Librería de la Viuda de Hernández y Cía., 1892.
-MARTÍNEZ GARCÍA, Francisco, Historia de la literatura leonesa, León, Everest, 1982, pgs. 404-421.
-MIR Y NOGUERA, P. Juan, “El crítico Valbuena” en El centenario quijotesco, Madrid, Saenz de Jubera, Hermanos, 1905, pags. 195-213.
-SERRANO SERRANO, Joaquín, “Polémicas de Antonio de Valbuena
con sus contemporáneos sobre la corrección gramatical y los ‘defectos’
del Diccionario de la Academia”, en Estudios humanísticos. Filología, n.º 28 (2006), págs. 185-220.
-, Antonio Valbuena (1844-1929): poeta, narrador y crítico polémico, León, Universidad de León – Servicio de Publicaciones, 2007.
-, “Diez calas en la religiosidad del escritor leonés Antonio de Valbuena”, en Studium legionense, n.º. 48 (2007), pags. 279-316.
-, “‘Paz en la guerra’ entre Miguel de Unamuno y Antonio de Valbuena. A los cien años de la ‘Corrección Fraterna’”, en Tierras de León: Revista de la Diputación Provincial, vol. 46, nº 126-127 (2008), pags. 195-213.
-SERRANO SERRANO, Joaquín y Simona FERNÁNDEZ FERNÁNDEZ, “Antonio de Valbuena, ilustre escritor leonés del siglo XIX”, Tierras de León nº 42. T. XXI (1981), pags. 99-110.
-, “Antonio de Valbuena, luces y sombras en sus críticas”, en Tierras de León: Revista de la Diputación Provincial, vol. 31, n.º 81-82 (1990-1991), pags. 147-172.
-SOIZA REYLLY, Juan José de, “Un crítico terrible” en Cien hombres célebres (Confesiones literarias) (2ª ed.), Barcelona, Maucci, 1909, pags. 285-288.

-VALLADARES REGUERO, A.,
“Los trabajos cartográficos de finales del siglo XIX ante la crítica
mordaz de Antonio de Valbuena”, en Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, n.º 169 (1998), pags. 647-674.

¿Cómo no sucumbir a la tentación de adquirir un libro que se titula Ripios académicos
y en el que al primer vistazo se verifica que allí se pone como no
digan dueñas a dómines que uno ya tenía enfilados como Echegaray o
Mariano Catalina? Al joven que uno era -de veinte y muy pocos años y
todavía más provisto de iconoclastia que la usual en tales edades y
calendas- le extrañó, pero no le arredró, la protesta final que
pronto comprobó se reproducía en todos los libros de Valbuena: “Si
alguna cosa apareciese en este libro contraria a la fe católica o a las
buenas costumbres, téngase por no escrita”. Por lo mismo, le sorprendió
que anduviese por allí, igualmente sacudido, Menéndez y Pelayo. El
joven, aunque ya sabía que el mundo era muy raro y le parecía bien,
tenía con don Marcelino, la mosca detrás de la oreja: ¿Cómo un
superdotado como él -que en los Heterodoxos nos proporcionaba
interminable pasto para lecturas estrambóticas e incendiarias, que en la
Historia de las ideas estéticas había logrado con unas pocas
líneas hacerle entender a Kant o Hegel, cosa que no había conseguido con
cuatro cursos de filosofía entre el Bachillerato y la Facultad y que,
además, era sedicentemente borracho y mujeriego- podía ser reaccionario?
Cosas que pasan.
Resulta que don Marcelino también escribía poesías y en este
libro de Valbuena se ponían las cosas en su sitio. Por cierto, que el
santanderino, atufado por los venablos del catón leonés aunque
reconociendo indirectamente su valía, en una ocasión manifestó que no
escribiría la historia de la sátira en España por no nombrar a Valbuena y
que se iba a fastidiar porque él dejaría treinta volúmenes y el otro
cuatro libelos. A lo que Valbuena respondió por escrito con la sensatez
que siempre le caracterizó: “sosiégate y deja todos los volúmenes que
quieras pero convéncete de que más te valdría no dejar éste de los
versos”.
Cuando uno empezaba a hincar el diente en las páginas de los
Ripios, la lectura se hacía carcajada. Experiencia que se repetía con
cualquier macho o hembra que hojeara el libro cosa que, luego me enteré,
también sucedía al autor a la hora de escribirlos. Como en la
contraportada apareciesen otras muchas obras de Valbuena, se convirtió
desde entonces en uno de mis autores buscados aunque tardé muchos años
en encontrar algún contemporáneo que hubiese escrito acerca de él.
¿Quién era este elemento jocundo, tradicionalista a machamartillo, solterón y regeneracionista a su modo?

Había nacido (1844) en Pedrosa del Rey donde -son sus
palabras- “nadie podía ser vecino sin ser noble”. Ingresado a los quince
años en el seminario de León, ya desde allí empezó a publicar versos
sagrados y profanos en los periódicos leoneses. Para los últimos
estampaba el seudónimo de Juan Paseante. Más tarde emplearía también los
de Venancio González y Miguel de Escalada, tal vez para contrarrestar
el apelativo que los demás le aplicaban, Melladín de Pedrosa,
motivado por una brecha de nacimiento en el labio inferior -lo mismo le
sucedía a su antípoda ideológico, José Nakens- a lo que acompañaba unos
dientes ratoneros, peculiaridad física que no se olvida de resaltar
alguno de los vates por él vapuleados. En justa correspondencia, porque
Valbuena no detenía su crítica en lo estético o gramatical sino que,
cuando a mano venía, derivaba hasta lo personal.
En 1865 deja el seminario y funda El Fénix y Pero-Grullo,
antes de trasladarse a Madrid para estudiar leyes. Como primera
publicación ya había dejado en 1866 un folleto con poesías a la Virgen
publicado por la Academia Bibliográfica Mariana de Lérida.

Al estallar la revolución de 1868 polemiza virulentamente desde la prensa tradicionalista y publica Sursum corda!,
un folleto vibrante y arengatorio en defensa de sus posiciones. Ante el
cariz que toman los acontecimientos se traslada a su pueblo y en 1870 a
Vitoria donde su hermano mayor, José, es lectoral de la Catedral y
persona de gran relevancia social. Allí ejercerá los cargos de
presidente de la Juventud Católica, secretario del Círculo Carlista y
director de La Buena Causa, periódico más que montaraz. Las
campañas desarrolladas en éste le valen un breve destierro, lo que no
obsta para que se licencie en Derecho Civil y Canónico en la Universidad
Libre de Vitoria.
Vuelve a su pueblo natal para ejercer de abogado pero,
pronto, deja el bufete para dedicarse a la defensa del Trono y el Altar y
al ataque de cualquier mojón que huela a liberalismo o progreso. Sus
dos intentos de salir como diputado fracasan pero, desatada la última
guerra carlista, se alista como

en las fuerzas del general Villalot y llega a ocupar el cargo de
Auditor General del Ejército. Tras la derrota definitiva en febrero de
1876 ha de exilarse pero, cuando regresa a los pocos meses, los
revolcones no han variado un ápice sus convicciones ni su pugnaz modo de
defenderlas. En 1877 vuelve a las Vascongadas para dirigir en Bilbao La Voz de Vizcaya.
El periódico es clausurado por la autoridad, amparada en el estado de
sitio que todavía se encuentra vigente en estas provincias.
En 1878 comienza su colaboración en El Siglo Futuro.
Su tan virulenta como ingeniosa sección “Política menuda” aumenta en
progresión geométrica los lectores del periódico por lo que, cada vez,
Valbuena ocupa más espacio en sus páginas hasta casi monopolizarlo.
Colaborará después en El Progreso. Allí comienza a publicar su
primera serie de Ripios, los Aristocráticos, donde baquetea
inmisericorde a quienes amparados en títulos -con una especial
predilección por los marqueses- se dedican a requerir a las musas y a
perpetrar versos infames. La muelle vida de estos sujetos y el
reconocimiento y sumisión que su mera presencia inspira les hace todavía
más confiados en el aroma de sus ventosidades poéticas pero no cuentan
con que allí aparecerá el justiciero Valbuena para dejar las cosas en su
lugar. Nadie lo hubiera esperado de tan contumaz servidor del viejo
régimen y él mismo, por medio de su editor, se ve en el deber de aclarar
el asunto en el prólogo al libro que recoge buena parte de los ripios
que ha ido publicando en El Progreso:
“El título de esta serie de artículos y laDe una forma u otra, el
circunstancia de haber salido a la luz en un periódico democrático han
podido hacer creer a muchos que el autor es algún demagogo, enemigo
jurado de toda aristocracia. Nada hay, sin embargo, más ajeno de la
verdad que esta creencia. Ni el autor de este libro es demócrata ni por
su origen ni por su educación ni aun por su mismo temperamento puede ser
enemigo de la clase noble. Ni el libro, por consiguiente, puede tampoco
ser una diatriba contra esta clase (…) El objeto principal del libro
bien claro está que es puramente literario, y que si va contra alguna
clase es a no dudar contra la clase de los malos poetas (…) Era un gran
yerro tener al autor de los Ripios por enemigo de la nobleza y
suponerle movido, al escribir, por odios demagógicos. Todo lo contrario.
Hijo de una familia noble y educado en aquellas ideas que hicieron a
España grande y poderosa en mejores tiempos, es tradicionalista de raza y
tradicionalista de convicción, ardiente y decidido partidario del
antiguo sistema de gobierno con todas sus instituciones seculares…”
libro alcanzó siete ediciones, amén de varias fraudulentas en América, y
dio a Valbuena la pauta de por dónde podía encauzar su pluma tan
satírica como severa. Y ¿dónde mejor que en la Real Academia Española,
poblada de tan campanudas medianías, iba a encontrar más apetitoso
pasto? Por otra parte, desde 1885 colaboraba en Los lunes del Imparcial, lo que le daba ya carta definitiva de crítico prestigioso. Fue allí donde comenzó a publicar su Fe de erratas del nuevo Diccionario de la Real Academia (1891)
que, luego, como libro, alcanzaría hasta doce ediciones. Como sus
comentarios, tan malévolos como sensatos, le valieron, como era
esperable, contraataques e inquinas de los tan poseídos de sí mismos
académicos de la época, Valbuena, que se crecía en el castigo, publicó
en 1891 los antedichos Ripios académicos.
Allí arremete -y con motivo- contra prebostes tan prestigiosos como
Alejandro Pidal, José Echegaray, Juan Valera, Antonio Cánovas, Víctor
Balaguer o Núñez de Arce, además de los citados arriba y otros menos
recordados hoy. El lector, aparte de carcajearse inconteniblemente con
las citas y comentarios que Valbuena hace de los poetastros, no puede
menos que estar de acuerdo con la inmensa mayoría de sus apreciaciones.
Aparece también allí Manuel Cañete que fue quizá el blanco preferido de
sus venenosos dardos. A don Manuel se le había ocurrido defender a
cierto poeta atacado en los Ripios aristocráticos
lo que le valió a partir de entonces ser vapuleado por Valbuena,
viniese o no a cuento. Incluso lo había incluido, bajo el marbete de Paréntesis. Para Cañete, en este último libro, que fue el primero de los suyos de la vertiente satírica.
Para que no se le tildara de maniqueo, en 1891 publica Ripios vulgares donde pasa revista a varios vates escogidos entre lo

estéticamente vetusto de la época, que no era poco. Recordemos que,
quién sabe si aplastado por su abundancia o con un íntimo regodeo,
Cossío incluyó un epígrafe de “Poetas viudos” en su mamotreto sobre la
poesía del XIX. En esta nueva entrega de Valbuena aparecen, pues, gentes
tan denostadas como Grilo o el pintoresquísimo Carulla, autor de La Biblia en verso.
No faltan invectivas contra sus bestias negras: Cánovas y Cañete,
aunque a éste se le aplica la férula en cabeza ajena. Concretamente, en
la de Carlos Fernández “admirador de Cañete” a quien se le dedica mayor
número de capítulos -tres- que a ningún otro de los fustigados en el
libro. Naturalmente, no perdona a los poetas con veleidades liberales:
Curros Enríquez figura aquí para ser aplastado a causa de un nefando
soneto que tuvo la ocurrencia de dedicar a la ciudad de Aveiro.
Entretanto, iba publicando otros libros ensayísticos,
críticos o narrativos que, sin ser aviesos, no incrementan su gloria
literaria. Fracasado en su carrera política, no cejó, en cambio, en su
labor de acometer mejoras para su tierra en el campo de las
infraestructuras, terreno en el que logró notables éxitos por lo que fue
reconocido por su coterráneos ya que nunca le movieron intereses
personales. Soltero y pudiendo vivir con cierta holgura de sus
publicaciones y de sus rentas, vertió todas sus energías en tales
empresas beneméritas que contrastaban con su imagen literaria -jocunda
pero feroz- a la que tan bien venían las polémicas en las que se
enredaba: la Pardo Bazán, el mentado Cañete, Cejador, Gutiérrez Nájera,
Julio Casares, Menéndez y Pelayo, Manuel Silvela… Fuese por razones
ideológicas o estéticas, lo suyo era meter caña.
No se crea que su férula de dómine, aunque le granjeara odios
africanos, no fue apreciada incluso -también la masoquista es condición
humana- por quienes la sufrieron. Ya se vio el reconocimiento indirecto
de don Marcelino y lo mismo podríamos decir de doña Emilia que califica
así la escritura de don Antonio: “encantador desafeite del estilo (…),
sabor neto y puro del lenguaje (…), dechado de naturalidad y frescura
popular”. Viniendo esto de quien había sido repetidamente mortificada
por él, en especial desde que se le ocurrió escribir que las garduñas
volaban, la cosa tiene mayor mérito. Veamos un fragmento de los muy
numerosos dedicados a la condesa en Des-trozos literarios:
“Una señora que cree que inhibirse es… loJoaquín Serrano y Simona Fernández, de los pocos que en elcontrario de lo que es realmente y lo escribe así, y llama pena de daño á la pena de sentido, y viceversa, y cree que vuela la garduña y la presenta volando y aun la mide la longitud de las alas, y habla de la densidad de la temperatura… y afirma que el sacerdote al imponer la ceniza dice quia pulvis eris… una señora que tales cosas escribe es académica por derecho propio”. (p. 103).
último medio siglo han dedicado algún trabajo a Valbuena, explican en
parte su éxito popular -fue junto a Clarín el crítico más leído y temido
de su época- por su ausencia de respeto para arremeter contra los
consagrados. Y a fe que lo hizo. Entre 1893 y 1902 publica cuatro tomos
(“montones” los llama él) de Ripios ultramarinos donde se ocupa
de no dejar títere con cabeza en la poesía hispanoamericana: además de
los muchos que la historia ha colocado en su olvidable lugar, se ocupa
de machacar a otros, hoy situados en el Olimpo de las antologías
generales, como Gutiérrez Nájera, Jorge Icaza, Miguel Antonio Caro,
Rafael Obligado, Juan José Tablada, Salvador Díaz Mirón o Andrés Bello.
No se priva ni siquiera de ocuparse de Rubén Darío en los montones
primero y tercero:
“…en comparación del cual todos los malos poetas, por muy malos que sean parecen buenos, ó, cuando menos, regularcillos.En el mismo artículo Valbuena se espanta de que el nicaragüense escriba cosas como: “en el árbol en flor, junto a la poma” (“¿No acaba usted decir que el árbol está en flor? Pues hay que esperar por la poma una temporada”); de que llame a la luna góndola de alabastro o aplique a la noche el calificativo de dorada: “¿Llamar a la noche dorada?… ¿Por qué, vamos, por qué?…”; respecto al verso “La armonía en tu alcázar tiembla y vuela” comenta Valbuena: “(¡Miren la picaruela!) Con que tiembla y vuela? Pues parecerá un cernolín si vuela temblando). O de que en la “Canción de oro” llame al vil metal feto de astros“.
Sus amigos le llaman decadentista pero eso ya no es la decadencia, es la deshecha más horrorosa (…) Entre las cuatro composiciones -dice Juan Valera;- en las cuatro estaciones del año, todas bellas y raras (eso sí; ¡lo que es raras!) sobresale la del verano (…) Nada más espléndido que su “Estival” (…) No trepido
en afirmar que éste es uno de los más bellos trozos descriptivos del
Parnaso castellano (…) El estío (…) está simbolizado en los amores de
dos tigres de Bengala:
‘Con su lustrosa piel manchada á trechos‘
¡Caracolini!… Manchada á trechos… El de la Barra, que se entusiasmó con la armonía imitativa de aquello del agua glauca que chapotea se habrá entusiasmado también con la que resulta de esa profusión de ches del final del verso; pero por modestia no nos lo dice.
Como tampoco nos dice si la real hembra tenía dos ó tres kilómetros de larga… Porque para tener la piel manchada á trechos…
Mas verán ustedes lo que hace la real hembra:
‘Salta de los repechos…’
¡Ah! para eso cuidó el vate de mancharla la piel á trechos‘; porque es cosa sabida que el tener la piel manchada á trechos ayuda mucho cuando hay que saltar de los repechos, si hay que saltar en verso, especialmente.
‘Salta de los repechos
De un ribazo…’
Serán de dos, porque un ribazo no tiene más que un repecho. De modo que ó la real hembra no salta más que de un repecho o son dos cuando menos los ribazos.
‘Salta de los repechos
De un ribazo, al tupido
Carrizal de un bambú, luego á la roca
Que se yergue á la entrada de la gruta…’
Una roca no se yergue: se yerguen los seres animados; la roca estará erguida, pero no se yergue (…)
‘Siéntense vahos de horno
Y la selva africana…’
¿Pero no decía usted que eran tigres de Bengala ¿Quién los ha traído á la selva africana?
¿Y así está el vate de Geografía, después de las ponderaciones de D. Juan Valera de que sabía tantas y cuántas cosas?…
‘Siéntense vahos de horno
Y la selva africana
En alas del bochorno
(¿El bochorno tiene alas?) alas?)
Lanza bajo el sereno…’
¡Ah! ¿También hay serenos en la selva africana? Eso es un adelanto (…) Vamos adelante:
‘Un rugido callado.’
¡Diantre! ¿Cómo serán los rugidos callados?
Rugido… callado… Nada, que no puede ser eso.
‘Un rugido callado
Escuchó (¡Buen oído!) Con presteza
Volvió la vista de uno y otro lado…’
La volvería á uno y otro lado…
‘Y chispeó su ojo verde y dilatado,
Cuando miró de un tigre la cabeza
Surgir sobre la cima de un collado.’
El collado no tiene cima: es la parte más baja de la unión de dos cimas ó dos cerros. Viene de collum, cuello. La academia no sabe nada de esto, ni el vate tampoco, por lo visto”.
Se podrá decir que Valbuena fue muchas veces injusto y
picajoso, pero casi siempre ofició de sensato. Aún se descolgó en 1910
con el último de sus libros de crítica, Corrección fraterna,
donde no se limita a los versos sino que en sus postreros coletazos,
encuentra un blanco tan fácil como Unamuno sin que abandone su antigua
propensión aversiva -si vale el oxímoron- hacia doña Emilia. Veamos
alguna muestra de como trata al soberbio y campanudo vizcaíno:
Mire usted, hombre, ó Rector, si usted quiere,Con esta soltura y naturalidad dejó escritas el leonés miles
ya que también lo quiso un gobierno atolondrado; mire usted, si toda la
rima fuera como la de usted, y todos los sonetos como el suyo, habría
que renegar de los sonetos y de la rima, porque, a la verdad, el soneto
de usted es cosa tonta y desagradable; pero amigo, hay rimas muy dulces y
sonetos muy hermosos, á los cuales no se parece el de usted sino como
el áspero guarrear de un cuervo al dulce canto de un ruiseñor, ó como el
gruñir de un animalejo de la vista baja á una sinfonía de Beethoven. De
manera que de su soneto lo que se puede sacar en consecuencia no es que
la forma poética deba desaparecer, ni que los sonetos sean cosa
despreciable, sino que usted es un desdichado intruso á quien no le
llama Dios por ese camino. (p. 84).
Esto es, que se vuelva a la cocina del presupuesto á comerse
tranquilamente su nómina y deje en paz á la poesía, para la que su
prosaica rudeza nativa le hace del todo refractario. (p. 89).
“Cuando salí de su casa iba por paseo ‘delante mío’ …”
No se dice así, grandísimo… Rector. ‘Delante de mí’ es como se dice. ‘Delante mío’ es un disparate (p. 94).
de páginas. Clarín, en muy diversas ocasiones, el Padre Blanco García,
Azorín… alabaron también los escritos de Valbuena que, según todos los
indicios era una buena persona que sólo se investía de fiereza cuando
cogía la pluma para defender la causa de lo que él creía buena gramática
pero nunca se percibe en él la saña que ocasionalmente muestran otros
autores más o menos contemporáneos (Astrana, Adolfo de Castro, Bonafoux,
el mismo Clarín…) cuando entran en polémica. Gómez Carrillo y Soiza
Reilly se habían hecho a la idea de un ogro y cuando le entrevistaron
vieron a un hombre sencillo, bondadoso y amable. Escribe este último
hacia 1907:
“…es un hombre original del cual nadie haBien vio Soiza Reilly la personalidad de Valbuena: filántropo
podido hacer una semblanza fiel. Vive como un monje, recluido en una
celda de la iglesia de San José, en Madrid (…) con un sobrino suyo que
es sacerdote (…) Varias veces intenté hacerle hablar contra los
literatos y contra la literatura de los jóvenes actuales. No pude. No
pude… No me dijo ni una sola palabra en contra de ellos. Pero me
escribió un artículo contra Lugones (…) Mientras Valbuena vibraba en su
entusiasmo de católico célibe, yo me entretenía en contemplar las
paredes desnudas de la celda, ¡tan desnudas, tan crueles! (…) Este
hombre -cuyos artículos se pagan a precio de oro,- no debió nacer nunca
en esta época de fiebre y de nervios…”
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de una severidad en lo religioso que se aplicaba a sí mismo hasta
llegar al celibato. Su integrismo no le impidió polemizar con obispos a
los que, naturalmente, tampoco otorgaba el derecho de publicar malos
versos. Hombre de otra época, en suma, supo darse cuenta a tiempo e ir
retirándose de la actividad pública. Vuelto a su pueblo, pasó sus
últimos años trabajando para mejorar las condiciones de vida de sus
paisanos. En 1922 fue nombrado cronista oficial de la provincia de León y
murió en 1929.
De cultura enciclopédica, con alrededor de treinta libros en
su haber, con un epistolario -publicado fragmentariamente por J. F.
Botrel- que contiene una más que interesante correspondencia con
Rodríguez Marín, Clarín, Sinesio Delgado, Zorrilla o Castelar, Valbuena
es otro castigado por la contemporaneidad que suele asimilar lo
pintoresco a lo inane. Sus libros nos aguardan con un quintal de
bienhumorada y severa prosa, con ardor justiciero ante el figurón
poseído de sí mismo, con la atracción que suscitan los cachivaches
arrumbados en el desván desde hace muchos lustros y que, en el cotarro
literario, han sido sustituidos por una acaponada cerámica de Lladró.
OBRAS
–Odas y suspiros. Poesías a la Virgen, Lérida, Academia Bibliográfica Mariana, 1866.
–Historia del corazón (idilio), Madrid, 1878.
–Ripios aristocráticos, Madrid, Tipografía Hispanoamericana, 1883.
–Fe de erratas del nuevo Diccionario de la Academia Madrid, La España Editorial, 1887-1896, 4 tomos.
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–Ripios académicos, Madrid, La España Editorial, 1888 (4.ª ed. aum., Madrid, Imprenta del Asilo de Huérfanos del Sagrado Corazón de Jesús, 1912).
–José Zorrilla, estudio crítico-biográfico, Madrid, Establecimiento tipográfico de R. Fe, 1889.
-Ripios vulgares, Madrid, La España Editorial, 1891.
-Capullos de novela, Madrid, La España Editorial, 1891.
-Agridulces políticos y literarios (3 tomas), Madrid, La España Editorial, 1892-1893.
–Ripios ultramarinos (4 montones), Madrid, Librería General de Victoriano Suárez, 1893, 1894, 1896 y 1902.
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–Novelas menores, Madrid, Librería de Victoriano Suárez, 1895.
–Cuentos de barbería aplicados a la política (con Enrique Hernández, Madrid, Imprenta de Enrique Fernández de Rojas, Madrid, 1895.
Agua turbia, Madrid, Librería General de Victoriano Suárez 1899.
–Des-Trozos literarios, Madrid, Librería General de Victoriano Suárez, 1899.
–Rebojos (Zurrón de cuentos humorísticos), Madrid, Librería General de Victoriano Suárez, 1901.
–Sobre el origen del río Esla, Madrid, Imprenta y Litografía del Depósito de la Guerra, 1901.
–Parábolas, Madrid, Librería General de Victoriano Suárez, 1903.
–Ripios geográficos, Madrid, Librería General de Victoriano Suárez, 1905.
-Notas gramaticales. El La y el Le, Madrid, Imprenta del Asilo de Huérfanos 1910.
–Corrección fraterna, Madrid, Imprenta del Asilo de Huérfanos, 1910.
-Caza mayor y menor (no hay metáfora), Madrid, Tipografía de los hijos de Tello, 1913.
–Obras completas, Madrid, Imprenta del Asilo de Huérfanos del Sagrado Corazón de Jesús, 1912-1914.
–Valbuena y sus poesías, ed. de F. de la Cuesta, León, Folletón de El Diario de León, 1944-1945.
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–Prosa crítica de Antonio de Valbuena, ed. de N. Algaba Pacios, León, Diputación Provincial de León-Instituto Leonés de Cultura, 2001.
BIBLIOGRAFÍA
-ALGABA PACIOS, María N., “La singularidad del leonés
Antonio Valbuena en la cronología noventayochista”, en E. de Diego
García y J. Velarde Fuertes (coords.), Castilla y León ante el 98, Valladolid, Consejería de Educación y Cultura, 1999, pags. 309-326.
-BARREIRO, Javier, “Antonio de Valbuena, azote de poetas ripiosos”, en Oscura turba de los más raros escritores españoles, Zaragoza, Xordica, 1999, pags. 229-243.
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-, Voz, “Valbuena en Diccionario Biográfico Español, Vol. XLVIII, Madrid, Real Academia de la Historia, 2013, pp. 871-872.
-BOTREL, Jean-François (compilador), “Cartas a Antonio de Valbuena, ‘Miguel de la Escalada'”, Tierras de León nº 42, T. XXI (1981), pags. 99-110.
-BOTREL, Jean François, “Antonio de Valbuena y la novela de edificación (1879-1903)”, en Tierras de León: Revista de la Diputación Provincial, vol. 24, n.º 55 (1984), pags. 131-144.
-, “Antonio de Valbuena et la langue espagnole: critique et démagogie”, en Bulletin hispanique, vol. 96, n.º 2 (1994), pags. 485-496.
-CLARÍN, Paliques (aparece en varios de ellos).
-CUESTA, Filemón de la, Valbuena y sus poesías, León, Folletón de El Diario de León, 1944-1945.
-DOMÍNGUEZ DEL HOYO, José María, “Antonio de Valbuena”, Revista Comarcal Montaña de Riaño nº 7, diciembre 2002,
-FRAY MORTERO (Manuel Fraile Miguélez), Cascotes y machaqueos. Pulverizaciones a Valbuena y a Clarín, Madrid, Librería de la Viuda de Hernández y Cía., 1892.
-MARTÍNEZ GARCÍA, Francisco, Historia de la literatura leonesa, León, Everest, 1982, pgs. 404-421.
-MIR Y NOGUERA, P. Juan, “El crítico Valbuena” en El centenario quijotesco, Madrid, Saenz de Jubera, Hermanos, 1905, pags. 195-213.
-SERRANO SERRANO, Joaquín, “Polémicas de Antonio de Valbuena
con sus contemporáneos sobre la corrección gramatical y los ‘defectos’
del Diccionario de la Academia”, en Estudios humanísticos. Filología, n.º 28 (2006), págs. 185-220.
-, Antonio Valbuena (1844-1929): poeta, narrador y crítico polémico, León, Universidad de León – Servicio de Publicaciones, 2007.
-, “Diez calas en la religiosidad del escritor leonés Antonio de Valbuena”, en Studium legionense, n.º. 48 (2007), pags. 279-316.
-, “‘Paz en la guerra’ entre Miguel de Unamuno y Antonio de Valbuena. A los cien años de la ‘Corrección Fraterna’”, en Tierras de León: Revista de la Diputación Provincial, vol. 46, nº 126-127 (2008), pags. 195-213.
-SERRANO SERRANO, Joaquín y Simona FERNÁNDEZ FERNÁNDEZ, “Antonio de Valbuena, ilustre escritor leonés del siglo XIX”, Tierras de León nº 42. T. XXI (1981), pags. 99-110.
-, “Antonio de Valbuena, luces y sombras en sus críticas”, en Tierras de León: Revista de la Diputación Provincial, vol. 31, n.º 81-82 (1990-1991), pags. 147-172.
-SOIZA REYLLY, Juan José de, “Un crítico terrible” en Cien hombres célebres (Confesiones literarias) (2ª ed.), Barcelona, Maucci, 1909, pags. 285-288.

-VALLADARES REGUERO, A.,
“Los trabajos cartográficos de finales del siglo XIX ante la crítica
mordaz de Antonio de Valbuena”, en Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, n.º 169 (1998), pags. 647-674.
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OLGA MARÍA RAMOS
Publicado: diciembre 18, 2013 en Cuplé, Notas biográficas
Etiquetas:"Las noches del cuplé", El Cipri, Las Akelas
Felicidades en su cumpleaños (mañana) a Olga María, siempre
profesional, dedicada y, durante tantos años, emblema de la resistencia
del cuplé, junto a su madre, cuyos recuerdos guarda y defiende
devotamente. ¡Qué cumplas tantos como el cuplé! En su honor, cuelgo aquí
el breve texto -no podía pasar de medio folio- que redacté para su
entrada en el Diccionario Biográfico Español, cuyos últimos tomos acaban de aparecer.
Ramos, Olga María -Olga María Ramírez de Gamboa Ramos- Madrid, 19.XII.1947. Cupletista.

Hija de la música y cupletista Olga Ramos (V. https://javierbarreiro.wordpress.com/2012/12/21/olga-ramos/)
y del compositor Enrique Ramírez de Gamboa “El Cipri”, vivió desde niña
el ambiente musical de los cafés-concierto e incluso llegó a formar con
cuatro amigas un conjunto musical, Las Akelas, que grabó un disco,
pero, encaminada por sus padres, cursó estudios de idiomas y trabajó
como azafata aérea durante un largo periodo. Separada de su marido en
1983, comenzó a actuar con su madre en el que fue famoso local “Las
noches del cuplé”en la madrileña calle de La Palma, desde 1985 hasta su
cierre en 1999. Desde entonces es una de las escasísimas artistas que
mantiene en pie el género con actuaciones tanto en España, como en muy
diversos lugares del mundo.
Con excelente presencia física, formación musical y preparada
culturalmente como para dar, además de recitales, conferencias sobre el
género, ha hecho numerosos programas de radio. Es también compositora y
letrista, autora de casi un centenar de composiciones registradas, y
posee una voz muy adecuada para el cuplé, con excelente afinación y rica
en matices. En junio de 2013 le fue concedido el Premio Antena de
Plata.
OBRAS
-De Madrid… al cuplé. Una crónica cantada, Madrid, Ediciones La Librería, 2001.
DISCOGRAFÍA
Madrid entre cuplés y canciones con Olga Ramos (Crin Ediciones Musicales 1996),
De Madrid al cuplé (Dial Discos 2003),
De Madrid al Chotis (Dial Discos 2005)
BIBLIOGRAFÍA
-BARREIRO, Javier, “Voz” Ramos Ramírez de Arellano, Olga María”, Diccionario biográfico español. Tomo XL, Madrid, Real Academia de la Historia, 2013.
-RÍO, Ángel del, “Prólogo” a De Madrid… al cuplé. Una crónica cantada, Madrid, Ediciones La Librería, 2001.
https://www.youtube.com/watch?v=zuwdc1KNJ6M
http://www.youtube.com/watch?v=b6Z8sk-5WMI
http://www.youtube.com/watch?v=S0iSG58pxKs

profesional, dedicada y, durante tantos años, emblema de la resistencia
del cuplé, junto a su madre, cuyos recuerdos guarda y defiende
devotamente. ¡Qué cumplas tantos como el cuplé! En su honor, cuelgo aquí
el breve texto -no podía pasar de medio folio- que redacté para su
entrada en el Diccionario Biográfico Español, cuyos últimos tomos acaban de aparecer.
Ramos, Olga María -Olga María Ramírez de Gamboa Ramos- Madrid, 19.XII.1947. Cupletista.
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Hija de la música y cupletista Olga Ramos (V. https://javierbarreiro.wordpress.com/2012/12/21/olga-ramos/)
y del compositor Enrique Ramírez de Gamboa “El Cipri”, vivió desde niña
el ambiente musical de los cafés-concierto e incluso llegó a formar con
cuatro amigas un conjunto musical, Las Akelas, que grabó un disco,
pero, encaminada por sus padres, cursó estudios de idiomas y trabajó
como azafata aérea durante un largo periodo. Separada de su marido en
1983, comenzó a actuar con su madre en el que fue famoso local “Las
noches del cuplé”en la madrileña calle de La Palma, desde 1985 hasta su
cierre en 1999. Desde entonces es una de las escasísimas artistas que
mantiene en pie el género con actuaciones tanto en España, como en muy
diversos lugares del mundo.
Con excelente presencia física, formación musical y preparada
culturalmente como para dar, además de recitales, conferencias sobre el
género, ha hecho numerosos programas de radio. Es también compositora y
letrista, autora de casi un centenar de composiciones registradas, y
posee una voz muy adecuada para el cuplé, con excelente afinación y rica
en matices. En junio de 2013 le fue concedido el Premio Antena de
Plata.
OBRAS
-De Madrid… al cuplé. Una crónica cantada, Madrid, Ediciones La Librería, 2001.
DISCOGRAFÍA
Madrid entre cuplés y canciones con Olga Ramos (Crin Ediciones Musicales 1996),
De Madrid al cuplé (Dial Discos 2003),
De Madrid al Chotis (Dial Discos 2005)
BIBLIOGRAFÍA
-BARREIRO, Javier, “Voz” Ramos Ramírez de Arellano, Olga María”, Diccionario biográfico español. Tomo XL, Madrid, Real Academia de la Historia, 2013.
-RÍO, Ángel del, “Prólogo” a De Madrid… al cuplé. Una crónica cantada, Madrid, Ediciones La Librería, 2001.
https://www.youtube.com/watch?v=zuwdc1KNJ6M
http://www.youtube.com/watch?v=b6Z8sk-5WMI
http://www.youtube.com/watch?v=S0iSG58pxKs
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